Tres días y una vida (fragmento)Pierre Lemaitre
Tres días y una vida (fragmento)

"El médico tenía una voz muy suave. No se había movido un milímetro.
Él no tuvo fuerzas para responder. La muerte de Rémi era algo muy presente y a la vez muy lejano, en su cabeza se mezclaban demasiadas cosas diferentes. ¿Adónde habrían llevado el cadáver? Se imaginó a Bernadette sentada junto al cuerpo tendido, intentando calentar la manita helada entre las suyas...
¿Estaban esperando a que el doctor Dieulafoy les diera luz verde como médico para venir a detenerlo? ¿Retenían los gendarmes a su madre, abajo? Puede que, como era menor, fuera un médico quien debiera oír su confesión... Ya no sabía a qué pregunta tenía que responder.
La penumbra de la habitación lo acercó a Rémi. El sitio del que lo habían sacado también estaba muy oscuro.
Se imaginó a los hombres agachados junto a la gran haya. El señor Desmedt no había dejado que nadie más que él fuera a buscar a su hijo al agujero negro, hasta los bomberos permanecían a respetuosa distancia. Sólo habían acercado una camilla y una manta grande para cubrir el cuerpo. El momento en que el señor Desmedt tiraba del niño hacia él era desgarrador. Lo había cogido de un brazo, lo primero que aparecía de Rémi era la cabeza, su pelo castaño se reconocía enseguida, luego surgían sus hombros. Su cuerpo estaba tan flácido que parecía salir a la superficie en desorden.
Antoine se echó a llorar.
Las lágrimas le hicieron sentir un alivio inesperado. No eran las de otros tiempos, de la época en que era libre, sino un torrente profundo y apaciguador. Lágrimas que limpiaban.
El doctor Dieulafoy asintió sobriamente, aprobando algo que no había sido dicho, pero que él parecía haber oído.
El torrente de las lágrimas de Antoine era inagotable. De manera inexplicable, en ese instante había felicidad. La felicidad de un alivio que ya no esperaba. Todo había acabado y aquel llanto era el de su infancia, le brindaba una protección, le proporcionaba una paz que lo acompañaría dondequiera que lo llevaran.
El médico permaneció largo rato oyéndolo llorar; luego se levantó, cerró el maletín y cogió el abrigo sin mirar a Antoine. "



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