El jardín de las máquinas parlantes (fragmento)Alberto Laiseca
El jardín de las máquinas parlantes (fragmento)

"Esto puede ser cierto, pero donde el preso delira es al pensar que el juez se va a tomar la molestia de analizar en detalle la sutileza penúltima de sus declaraciones dentro de la cárcel. Cardala dijo que él, en caso de quedar libre, dejaría de robar (siempre que le fuera bien), para que si el juez lo llegara a saber a través de Sotelo, decidiese ser más benigno: “Dejemos a este pobre muchacho. Que se vaya en libertad. No es tan mala persona y al final, quién te dice, va a ser un buen ciudadano”. Tales los pensamientos probables del magistrado, según la fantasía de Cardala. Cardala estaba absolutamente loco y evadido de la realidad, claro está. El juez jamás habría de tener en cuenta tales sutilezas para él favorables; en primer lugar porque jamás las sabría (Cardala no era tan importante como para que le estuvieran contando sus declaraciones a los súper), y si las supiese le daría penas aun mayores. Cardala, por otra parte, en su infinita locura y estupidez, suponía que negando su delito actual (y para que Sotelo le creyese admitía hechos pasados, tal como su asalto a cooperativas de crédito) el juez entraría en duda: “¿No será que este pobre muchacho es inocente? Cierto que él admite que asaltó a cincuenta cooperativas, pero no es de eso que ahora se lo acusa. Yo, juez, soy un hombre justo, si no se lo acusa no hay delito. Él dice que es inocente del reviente de la bobería, que se está comiendo un garrón. Debe ser así nomás. Por lo único que se lo podría condenar: el asunto de las cooperativas, nadie lo acusa. De manera que... no voy a tener más remedio que soltarlo”. Tales los locos pensamientos de Cardala. Se dirá: Bueno, por algo estaba en el manicomio. Pero ello no es muy exacto. Todos o casi todos los presos tienen pensamientos así. La evasión de la realidad es perpetua en el mundo del delito. Cada paso está justificado, sostenido, por una cosmovisión imposible. Cardala, simplemente, era uno de los tantos procesados con falta de información. No tuvo amigos que le dijesen que escaparse de un loquero es tanto o más difícil que de la cárcel. Se hizo el loquito (estándolo), para ver si las cosas cambiaban. Entonces Cardala, por pura especulación, “avivaba” al gil Sotelo, esperando que ello le redituase de una manera u otra. Los penados comprendían su juego sin intervenir. Ellos también pasaron por lo mismo. Inútil es hablar con un desesperado. La resignación viene con la condena. Allí adquirís un poco más de lucidez. No mucha. Cardala, por lo demás, contaba intimidades poco trascendentes. "


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