Agua cerrada (fragmento)Alejandro Palomas
Agua cerrada (fragmento)

"Venecia no cambia. No puede cambiar porque el agua no da espacio ni tiempo para cambios. Aquí no cabe el tiempo. Isaac y yo paseamos despacio y sin rumbo, mi brazo en el suyo, perdiéndonos en esta vastedad de puentes, canales y olor a humedad. Hablar de Venecia no es posible, es como hablar del desierto. ¿Qué decir? ¿Arena y cielo? Ver Venecia es tener que imaginar. Es volumen. Hemos comido bien, pero no recuerdo dónde. Sí el nombre, y también el olor, pero no sabría volver. No es bueno volver en Venecia. Hay que circular, avanzar, hacia cualquier parte. Esto es el laberinto y el laberinto pide valor, valentía, coraje.
Isaac arrastra un poco los pies al caminar y hay veces en que no está. Me mira y sonríe, ladeando la cabeza para escuchar como un pájaro sobre una barandilla, quizá viéndome poco, o quizá viendo más cosas de mí de las que imagino. A veces murmura. Se repite. Me preocupa. No es el Isaac de siempre. Está más torpón, menos suelto. «Cansado», dice Serena. Cierto. Comprensible. Tres exposiciones en los últimos tres meses deben de haberle dejado exhausto. Ámsterdam, Barcelona y Oporto, colgando fotos en galerías y museos, exponiéndose a sí mismo y a sus desnudos de ancianos para que el mundo los vea. Viejas pellejas son lo que muestra. Arrugas y ojos cansados. Pelo blanco. Calvas. Lo que no se enseña. Lo que yo nunca enseñaría. Isaac sí. Isaac enseña siempre lo que le motiva. Nunca tuvo nada que esconder, ni siquiera a mí durante los años en que yo no he sido yo. La Elsa borracha. «Eres mi madre», decía. «Borracha o no, eres mi madre». Isaac. No sé qué habría hecho sin él. Y sin Serena.
Hemos dado vueltas por puentes y callejones hasta que han empezado a dolerme las piernas y hemos decidido volver al hotel a echarnos una siesta. Hace calor en esta Venecia recuperada. En la habitación también. Desde mi ventana, un pequeño canal se desliza hacia las entrañas del laberinto. A un lado, el ponte delle Erbe y sobre los tejados, el ospedale civile como un sarcófago pesado y silencioso. Hay ventanas en el horizonte y tanta calma que así, sentada delante de la ventana abierta, me dejo acariciar por la tarde torcida de la ciudad, inspirando el olor fuerte del canal y anclándome contra el murmullo de los turistas que desde aquí no se ven. Hace treinta y dos años la vista era la misma. El mismo hotel, el mismo puente, la misma habitación con estas flores rojas en la pequeña barandilla. El mismo silencio en esta ciudad que no cambia porque no tiene hacia dónde ni desde dónde. Pero entonces todo pasó y hoy las cosas deben ocurrir todavía. Conjuradas están. Estoy aquí, viva y de vuelta. Y he venido con Isaac. Los dos. Venimos a celebrar. Yo a dar gracias, a decir cosas que debería haber dicho antes. Él, a saber lo que ni siquiera intuye. "



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