Desesperación (fragmento)Vladimir Nabokov
Desesperación (fragmento)

"Seguí sin mover ni un pelo, y por fin comencé a respirar con el ritmo desapasionado del sueño.
El estaba escuchando, seguro. Yo le escuché escuchar. El me escuchó escucharle escuchando. Sonó un ruido seco. Noté que no estaba pensando en absoluto lo que creía estar pensando; intenté atrapar mi conciencia en el momento de dar el traspié, pero terminé confundiéndome a mí mismo.
Soñé un sueño odioso, una pesadilla triple. Primero aparecía un perro pequeño; pero no era simplemente un perro pequeño; un perro pequeño y de risa, muy pequeño, con los diminutos ojos negros de la larva de un escarabajo; y el resto completamente blanco, y más bien frío. ¿Carne? No, no parecía tenerla; más bien grasa o gelatina, o incluso la materia de una lombriz blancuzca que, además, tuviera esa superficie ondulada que suele recordarme a los corderitos pascuales de mantequilla que se hacen en Rusia, la imitación llevada a sus más repugnantes extremos. Un ser de sangre fría al que la Naturaleza había retorcido de forma que pareciese un perro pequeño, con su cola y sus patas, todo tal como tiene que ser. Yo insistía en seguir mi camino, y él en cruzárseme; cuando me tocó, noté como una descarga eléctrica. Desperté. En las sábanas de la cama contigua a la mía se encontraba, enroscado, como una larva blanca que se hubiera desvanecido, aquel mismo pseudoperro espantoso... Solté un gruñido de asco y abrí los ojos. Flotaban sombras por todas partes; en la cama de al lado no había más que esas anchas hojas de lampazo que, a causa de la humedad, suelen crecer en los cabezales de las camas. Alcancé a ver, en esas hojas, las delatoras manchas de una naturaleza cenagosa; miré de más cerca; allí, pegado a un gordo tallito, estaba sentado, pequeño, sebosamente blancuzco, con sus ojillos como botones negros... hasta que, por fin, me desperté del todo.
Nos habíamos olvidado de correr las cortinas. Se me había parado el reloj. Debían de ser las cinco o cinco y media. Félix dormía envuelto en la colcha de plumas, vuelto de espaldas; sólo se le veía la oscura corona de su pelo. Un despertar misterioso, un amanecer misterioso. Evoqué nuestra conversación, recordé que no había sido capaz de convencerle; y una idea, nueva y magníficamente atractiva, me dominó.
Ah, lector, tras mi sueñecito me sentí fresco como un niño; con el alma recién lavada y aclarada; acababa de cumplir, en realidad, sólo treinta y seis años, y podía dedicar el generoso resto de mis días a cosas mejores que a perseguir fuegos fatuos. Qué idea tan fascinante, la verdad; aceptar los consejos del destino para después, inmediatamente, abandonar esa habitación, irme para siempre y olvidar, y ahorrarle a mi pobre doble... Y, quién sabe, quizás al fin y al cabo no se me pareciese tanto, no podía verle más que la coronilla, y él dormía profundamente, vuelto de espaldas. Eso es lo que un adolescente, tras haber cedido una vez más a un vicio solitario y vergonzoso, se dice a sí mismo con desmesurada fuerza y claridad: «Esto se acabó para siempre, a partir de ahora mi vida será pura; el éxtasis de la pureza»; y así, tras haberlo dicho todo, tras haberlo vivido todo por adelantado y haberme llevado mi ración de dolor y placer, sentía ahora unos deseos supersticiosamente intensos de darle la espalda para siempre a la tentación. "



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