A mi amigo escocés (fragmento)Maria Barbal
A mi amigo escocés (fragmento)

"Elvira volvió a nacer cuando conoció a Benet. Cuando llegaron evacuadas de Aragón, habría sido capaz de prender fuego al pueblo y quedarse mirando cómo se consumía todo, no habría salvado ni su propia casa. Lo que les habían hecho era tremendo, demasiado.
La guerra había sido terrible, no quedaba títere con cabeza, ni en el pueblo ni en ninguna parte. Por ejemplo, a mi hermana la echaron de Ponts, de la escuela, hacía dos años que daba clases y le tenían cariño. ¡Hala, vete a la montaña a pasar frío, lo más lejos posible del pueblo! Anita llegó a Pallarès con un gran sentimiento de derrota. En Ponts tenía su vida, trabajo, amigas e incluso novio. Afortunadamente madre y yo la acompañamos a todas partes. Era muy buena maestra de niños, pero no sabía hacer nada de la casa. Estaba acostumbrada a que madre se lo hiciera todo: el desayuno, la comida, la ropa, por no hablar de limpiar y ordenar la casa. Y es que siempre llegaba muy cansada de la escuela y después de comer se echaba un ratito antes de volver por la tarde. Yo, como no quise estudiar, iba de paquete con las dos. Lo único que me gustaba era leer novelas y mi madre no esperaba gran cosa de mí. Me mandaba a los recados y, ya ves, me gustaba entrar y salir, hablar con unos y otros, no era vergonzosa, ¡qué va, ni mucho menos! Teníamos un huerto en Ponts y conocíamos las tiendas, pero en Pallarès, al principio nadie quería venderme cosas para comer. Hasta que conocí a Jan.
Elvira era vecina nuestra. Su casa estaba al lado de la escuela, donde vivía yo. La suya y la nuestra formaban uno de los rincones de plaza. ¡Ay, lo que costó que confiara en mí! Puede que, de no haber conocido a Benet, ¡nunca se hubiera hecho amiga mía del todo! ¡Con la falta que le hacía a la pobre! Pero era muy arisca y estaba enojada de un modo y una manera que no sé explicar, y además estaba profundamente dolida y nada la consolaba. No podía digerir la gran injusticia que sufría su familia. No se resignaba como su madre, porque tenía mucho carácter y era muy lista. Hasta el punto de que, cuando Anita se ausentaba por fuerza mayor, la relevaba ella y no se oía una mosca en el aula, y se defendía bien con la escritura y las cuentas, aunque no había podido terminar la formación primaria. No sé cómo decirlo, me habría gustado ser como ella. Ya ves, como Anita, mi hermana, no, pero como Elvira sí, menos por lo de soportar el peso de la muerte del padre, claro, porque el nuestro había muerto de enfermedad. No, por eso no, porque el suyo había muerto por una delación de alguien del mismo pueblo. Ah, no, eso no lo habría podido soportar, con lo pánfila que era y que soy, como me decía siempre mi madre.
El caso es que Benet la salvó. Creo que sin saberlo ni adivinarlo, al menos al principio, cuando se conocieron y empezaron a verse; y yo dando vueltas y más vueltas, he llegado a creer que se enamoró de ella por su gran tristeza. Por decirlo de alguna manera. Quiero decir que lo que lo conmovió desde el primer momento fue eso. De no haber sido así, seguramente él ni se habría fijado, porque le sobraban las chicas. En la Noguera, donde vivía, y en todos los pueblos a los que iba a trabajar, ¡habría tenido tantas como hubiera querido! La guerra se había llevado por delante muchos novios y maridos jóvenes. Y Benet era guapo, educado, no se parecía nada a los campesinos de aquellos pueblos. Lo digo porque lo sé muy bien, porque yo venía de Ponts y que, sin ser una capital, yo encontraba mucha diferencia entre los chicos de allí y los de la montaña, incluido Jan. Faltaban hombres jóvenes en todas partes y, por razones de peso, las casas pequeñas de aquellos pueblos empezaban a ir «de rodes a pilans», como decía Elvira, que significa «de Herodes a Pilatos». Lo que no me imaginaba yo era que entre los dos, Elvira y Benet, conspirarían para gastarme una broma, y es que, a pesar de estar tan enamorados que parecía que les sobrara todo el mundo, yo les había ayudado y me apreciaban. "



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