El sueño de la historia (fragmento)Jorge Edwards
El sueño de la historia (fragmento)

"¿Por qué lo trataría de señor? Pero a él se le había olvidado, qué torpe, el cumpleaños de la Pepita, a pesar de que Ignacio, el oso, mientras golpeaba el cincel contra una piedra grande, se lo había dicho y repetido. Ella contó, entonces, mirándolo, y mirando después al Gordo, que estaba sentado en un sofá de tela amarilla, con los pies cruzados, con el mate en las manos rechonchas, y que la contemplaba con una sonrisa de beatitud, de verdadero éxtasis, la baba le asomaba por la comisura de los labios gruesos y se le caía, que Ignacio había recibido una cantidad de papeles que le había mandado su primo, don Manuel, desde su destierro en Italia, y que se había dedicado con locura, pasando las noches en vela, alarmando a la pobre Pepita, a estudiarlos, a descifrar la letra de pata de mosca, a interpretar las enrevesadas citas de la Biblia, las complicadas predicciones, que anunciaban, todas, sucesos pavorosos, inundaciones, cataclismos, salidas de los mares, seguidas de la aparición de una bestia gigantesca, que se alimentaba de sangre humana, que tenía la piel cubierta por pesadas escamas de fierro, como corazas, y que lanzaba llamaradas por la boca.
Tres o cuatro días después, don Bernardo Llanete, comerciante en aceite y en sebos, almacenero en la calle de la Ceniza, metido ahora, según decían algunos, en el estanco de la sal y del tabaco, se hizo anunciar por un niño de los mandados, un indiecito de quiscas paradas en la coronilla. El niño le entregó un papel, escrito con caligrafía borrosa. Preguntaba si no habría inconveniente para que le hiciera una visita a las seis de la tarde. Que venga, le contestó al niño.
Don Bernardo, de cara redonda, con rizos encima de las orejas, de cabeza calva, con un gorro de peluche verdoso, se presentó a las seis en punto. Quería, explicó, resoplando, encargarle una casa que fuera igual a la Moneda: en más chico, se entiende. Acababa de comprarse al contado, al contado rabioso, un pesito fuerte encima del otro pesito, así dijo, un cuarto completo de manzana en la calle de las Monjitas esquina de San Antonio, y su ardiente deseo, señor Architecto, era que la casa se viera desde la puerta de la Catedral, a la salida de las misas solemnes, en el momento en que todas las autoridades del Reino, las del cielo y las de la tierra, salían de adentro juntas, con todo su séquito y paramentos. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com