Lituma en los Andes (fragmento) "Volvió a pasar por allí un mes después y, preguntando, llegó hasta la casa de la muchacha. Vivía con sus padres y una nube de hermanos, que lo recibieron con desconfianza, huraños. El padre, dueño de su propio terreno dentro de la comunidad, había sido mayordomo de las fiestas. Entendía español, aunque a las preguntas de Casimiro respondía en quechua. Asunta no había encontrado a nadie que le diera esos cocimientos, pero dijo a Huarcaya que no se preocupara. Sus padrinos, de un anexo vecino, le habían dicho que tuviera el hijo nomás y que podía irse a vivir con ellos si la echaban de la casa. Parecía resignada a lo que le ocurría. Al despedirse de ella, Casimiro le regaló unos zapatos de medio taco y un chal floreado que ella le agradeció besándole la mano. La vez siguiente que pasó por el lugar, Asunta ya no estaba y la familia no quiso hablarle de ella. El padre lo recibió más hosco que en la primera visita y le dijo a boca de jarro que no volviera por allí. Nadie supo o quiso darle razón de dónde vivían los padrinos de Asunta. Casimiro se dijo que había hecho todo lo que estaba a su alcance por esa chiquilla y que no debía quitarse más el sueño. Si la volvía a encontrar, la ayudaría. Pero su vida no volvió a ser lo que había sido. Por lo pronto, esos caminos, esas sierras, esas aldeas que él se había pasado tantos años recorriendo con don Pericles y luego solo, sin sentir jamás que corría otro riesgo que el de reventar una llanta o quedarse botado por los malos caminos, se volvían cada vez más violentos. Casimiro empezó a encontrar torres eléctricas dinamitadas, puentes volados, senderos obstruidos con rocas y troncos, inscripciones amenazantes y trapos rojos en los cerros. Y grupos armados a los que tenía que darles siempre algo de lo que llevaba: ropas, víveres, cuchillos y machetes. Empezaron a aparecer, también, por los caminos patrullas de sinchis y de soldados. Revisaban sus papeles y saqueaban su camioneta, igual que los alzados. En los pueblos se quejaban de abusos, de robos, de matanzas, y en ciertas regiones empezó un verdadero éxodo. Familias, comunidades enteras abandonaban tierras, viviendas, animales, rumbo a las ciudades de la costa. " epdlp.com |