Carta a Roque Dalton (fragmento)Isidora Aguirre
Carta a Roque Dalton (fragmento)

"Desperté a eso de las once y usted no estaba. Y fue como perderlo del todo: había olvidado las preguntas de rigor, nacionalidad, estado civil, teléfono, fecha de nacimiento, domicilio conocido. Y lo perdía en circunstancias que, durante la noche, había dejado caer a1 pie del lecho junto con las ropas, mi último gran amor, sin entender la temeridad de mi gesto. (Le empecé a escribir de prisa unas cartas culpables, rogándole que en cuanto regresara me hiciera el favor de llamarme tres veces por el nombre, a ver si de ese modo me rescataba de mis espejismos. Pero, aunque no venga a1 caso decirlo, le cuento que mi ruego fue en vano. Igual me abandonó, quizá porque a1 mirarme a los ojos, lo vio a usted. Y conste que no lo digo como un reproche, sino como una simple anécdota. Es que a su lado maestro, yo era feliz. Lo que se dice -en serio o en broma- Ser Feliz.)
[...]
Empezaba a entender también, su tendencia a practicar, sin proponérselo, lo inesperado, a enamorar muchachas con la mirada fija, y luego de llenarlas de sueños, dejarlas (aunque se quejara usted lo mismo porque ellas lo abandonaban «sin haberle hecho ni tan siquiera las traducciones...») O bien, esa técnica -supongo que no consciente-, para mantener a su amada anhelante con su ausencia, la de «otros deberes que atender». Y reconozco que sabía dosificar sabiamente ausencia y presencia, placer y deber. Así es que, para consolarme de su no venir esa noche a las diez, le escribí una carta como quien dice, de platicar el amor, la primera de una larga serie. Adoptaba una fingida serenidad para que no se me sintiera culposo... ¿bella palabra, verdad? culposo por su ausencia. « No se preocupe usted, le decía, venga mañana, cuando pueda...» Le escribí entonces sobre lo mucho que me había impresionado su persona, y fundamentaba el por qué. Que admiraba su manera originalísima de ser hombre. ¿Fue esto último lo que hizo derramar unas cuantas lágrimas según me confesó, al leer la carta? Lagrimas de enternecerse por alguien que lo entendía tan bien, tan como usted deseaba que lo comprendieran, o quizá, por usted mismo al verse bellamente retratado por unos ojos amantes. Y alababa su prosa diciéndole que no parecía elaborada, sino que simulaba brotar con pura espontaneidad, y ya sabemos, los que juntamos palabras, que para que una frase resulte alada es menester escribirla al menos diez veces... En fin, maestro, le decía que al leer sus escritos con aquel estilo tan natural y directo, me pareció estar presente en esa extraña Conferencia de Prensa, como un periodista más, que escuché sus inoportunos estornudos y supe de sus arranques amatorios. Y que, por supuesto, cuando llegué a ese final anhelante que ya cité -lo del barco que hunde en el cielo y la carrera forzosa del ángel blanco-, fue casi-casi como un acto de amor hablado que me dejo satisfecha. Y no crea que fue sencillo escribir esa larga carta: había conseguido después de muchos ruegos y dilaciones, una maquina mas antediluviana que la suya, que pesaba toneladas -ya sabe que me gusta escribir en la cama con la maquina sobre las rodillas, de modo que tuve que optar por la posición flor de loto. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com