Pinceladas musicales (fragmento)César Aira
Pinceladas musicales (fragmento)

"Esta idea de cambiar de vida, que a tantos ha asaltado, a veces con tanta frecuencia, a veces con tanta fuerza que se vuelve una obsesión, o, si no llega a tanto, un anhelo doloroso que oprime el corazón... a él nunca se le había ocurrido. Su mundo de deseos y esperanzas había estado siempre asentado firmemente en la vida que tenía. Las otras vidas eran de los otros. Por ese motivo, lo que en cualquiera, en mí por ejemplo, habría sido un fantaseo más a los que estaba acostumbrado, a él lo sorprendió y necesitó un tiempo para digerirlo.
Esto era característico de Pringles, donde nadie pensaba nunca en cambiar de vida. Y no era porque todos estuvieran tan satisfechos con lo que eran y tenían; tampoco porque fueran tan estoicos o porque les faltara imaginación. Creo que se debía en parte a que todos se conocían y sabían del largo trabajo que a cada uno le había dado llegar a ser quien era y tener la vida que tenía. Sabían qué enorme tenía que ser la sucesión de circunstancias y coincidencias necesarias para dar por resultado un vecino.
Las vidas estaban en su lugar. Lo mostraba el método usual de identificación de alguien en la charla cuando al que hablaba, si era una persona mayor, se le había ido el nombre. “¿Quién?”. “El casado con la hermana del que compró la florería que está enfrente de la casa de tu prima la soltera”. “Ah, ese”. La falla de la memoria, con esos nombres que se resistían a volver, quedaba de ese modo compensada por el indestructible conocimiento de la red humana. El menor cambio en la delicada telaraña de atrapar identidades habría producido un desconcierto general.
Pero ese cambio de vida, que parecía tan imposible, ¿no estaba sucediendo ya? Lo estaba efectuando el Tiempo. La vida a los veinte años no era la misma que a los setenta. El cambio se daba por progresiones imperceptibles, motivo por el cual daba la impresión de que seguía siendo la misma vida. No era exactamente el cambio que podía propiciar el encuentro con la libertad. Y además era un cambio para peor. En eso todos estaban de acuerdo: era mejor ser joven que viejo. El envejecimiento era una decadencia.
El dato objetivo era que con la edad las facultades disminuían. Si les pasaba a los genios, cuanto más le estaría pasando a un humilde pintor de pueblo. Claro que el hecho comprobado de que le pasara a los genios no quería decir que le tuviera que pasar a él. En los genios, dado el nivel superior de su producción, la menor baja en la calidad o inventiva se notaba, saltaba a la vista. Mientras que en el artista del montón, que nunca había tenido picos extremos de creatividad, mal podía notarse una disminución, muy sutil observador habría que ser. Y por otro lado, no era cuestión de creerle ciegamente a las generalidades estadísticas.
Las facultades de marras eran las del entendimiento común, la memoria, la comprensión, la agilidad o flexibilidad mental. Las facultades de un artista residían en otro lado, eran raras, oblicuas, y hasta podían parecerse al desvarío o, por qué no, a la estupidez. "



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