El enebro (fragmento)Barbara Comyns
El enebro (fragmento)

"Sintiéndome un monstruo egoísta, decliné su oferta a pesar de toda la amabilidad y la amistad recibida. No podía dejar una vida que me iba tan bien. Bernard aceptó mi negativa con mucha calma y dijo que solo era una idea, que se le acababa de pasar por la cabeza; ni siquiera lo había hablado con Charlotte. Aun así, me sentí culpable.
Contrataron a una niñera de mediana edad para que cuidase de Johnny. Decían que era una mujer de total confianza, y muy buena, pero Johnny no la quería tanto como a Nell. Había crecido muy bien a su cuidado, un tanto chapucero, y la veía como una madre, y ahora se enfrentaba a ese cambio repentino. Charlotte hacía lo que podía, pero los bebés no eran lo suyo; a ella le interesaban los niños mayores. Johnny lloró mucho las primeras dos semanas con la niñera, pero luego se tranquilizó y se volvió un niñito algo reservado, que casi nunca sonreía, salvo cuando estaba con mi hija cada dos fines de semana. Sin embargo, incluso esos días se veían menos que de costumbre, y tuve la sensación de que la niñera hacía por evitar que se juntasen. Marline no participaba en los majestuosos paseos, cuando la niñera sacaba a Johnny en el enorme cochecito que insistía en usar, a pesar de las cuestas pronunciadas y las calles generalmente abarrotadas de Richmond. Más de una vez la vi cruzar la calle con firmeza, y me dio la impresión de que arrollaría a cualquier transeúnte que se interpusiera en su camino.
Tardé un tiempo en caer en la cuenta de que a la niñera no le gustaba mi pobre Tommy-Marline y no quería que la viesen con ella por la calle. También habría preferido no tenerla rondando por el cuarto del niño, aunque era bastante difícil impedir que entrase. Cuando yo estaba con ella, hacía comentarios tal que: «La verdad es que me contrataron para cuidar de un niño, no de dos», refunfuñando, o «Será mejor que Marline deje tranquilo al chiquillo; siempre me lo revoluciona». A veces Nell y yo bañábamos juntos a los niños, rodeados de juguetes flotantes, pero, cuando se lo sugerí, la niñera pareció horrorizada.
[…]
Marline volvió su carita trémula y se encaminó alicaída hacia la casa; los leotardos rojos, retorcidos en sus piernas delgadas, le daban un aspecto aún más lastimoso. Bernard fue rápidamente por la niña, la cogió y dijo que ellos iban a dar un paseo por el parque; pregunté si podía ir yo también, y a ella le pareció muy divertido. Así que fuimos juntos al parque y nos congelamos con el viento de principios de marzo. Ninguno de los dos nos habíamos demorado en ir por los abrigos, pero mereció la pena pasar frío para ver a Marline feliz otra vez: ahora incluso los leotardos retorcidos transmitían alegría.
Una o dos semanas después, Charlotte estaba guardando la ropa de cama en el gran baúl del rellano cuando oyó a la niñera echar a Marline del cuarto del niño. La puerta estaba abierta y Charlotte explicó que la mujer puso una mano enorme en el hombro de Marline y le dijo, en tono amenazante: «¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero que entres a molestar al niño? No voy a permitir que se contamine. Baja a la cocina, que ese es tu sitio. Y acuérdate de que no quiero volver a verte aquí». Le dio un empujón para echarla y cerró de un portazo. Charlotte cogió de la mano a Marline y bajó con ella en el acto para contarle a Bernard lo que había pasado y pedirle consejo. Yo estaba en la ciudad, de compras de fin de semana, y al volver me enteré de que la niñera estaba despedida y enfurruñada en su habitación. Vi a Charlotte llorando, con Johnny en brazos, y a Bernard con una expresión tristísima y un vaso de brandy en la mano, a pesar de que bebía muy poco, y nunca por la tarde. Incluso la chimenea se había apagado, y la sala olía a humo amargo. Sin embargo, Marline estaba como unas pascuas, sentada en una montaña de cojines y mordisqueando con gran estruendo unas galletas de chocolate, del todo ajena al clima de desesperación que la rodeaba. "



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