Las lealtades (fragmento)Delphine de Vigan
Las lealtades (fragmento)

"El texto estaba redactado de su puño y letra, en el papel con el membrete de la empresa. Los párrafos habían sido revisados, corregidos en varios lugares, algunas palabras se habían sustituido por otras y una flecha indicaba que el párrafo de en medio había de desplazarse al final. Era el borrador de algo que no se asemejaba a los informes que William escribe para su trabajo. Así que me lo leí de cabo a rabo. A decir verdad, me quedé unos minutos atónita, leyendo una y otra vez aquellas frases saturadas de odio y resentimiento, aquellas palabras de una violencia inaudita, no podía creer que William fuera capaz de escribir semejantes cosas, era imposible, inconcebible. ¿Por qué había reproducido aquellas líneas nauseabundas? Intenté encender su ordenador, me aferraba a la idea de que iba a encontrar ese texto bajo una u otra forma y de que, por una oscura razón, había copiado los escritos de un loco. Pero el acceso al ordenador estaba protegido por una contraseña. Salí del despacho, papel en mano, me flaqueaban las piernas. Fui a buscar mi ordenador portátil a mi habitación y me senté en el sofá. Aquellos gestos los realicé sin meditar, como si una parte de mí poseyera ya las respuestas, como si esa parte de mí se impusiera por fin mientras la otra rechazaba la evidencia y pugnaba por mantenerse en la ignorancia. En la barra de búsqueda de Google, tecleé las cuatro primeras frases del texto de William y pulsé «enter». Apareció el texto completo. Había sido maquetado y se habían incorporado las correcciones previstas en el borrador. El texto aparecía firmado por Wilmor75. Necesité varios minutos para entender que me hallaba ante un blog que William había creado con nombre falso, y en el que enviaba regularmente reacciones, reflexiones, comentarios sobre cualquier cosa.
A continuación introduje ese seudónimo en la barra de búsqueda y encontré decenas de mensajes enviados por Wilmor a páginas web de información o a foros de discusión. Comentarios amargos, enconados, indecentes, provocadores, que le habían permitido, al parecer, adquirir una pequeña notoriedad en las redes sociales. Pasé varias horas ante la pantalla, anonadada, temblorosa, clicando una página tras otra, pese a la náusea que me asaltaba. Cuando cerré mi portátil, me dolía la nuca. A decir verdad, me dolía todo.
A día de hoy me veo capaz de describir aquella escena, es decir, de contar cómo descubrí la existencia del álter ego de William. Pero durante varios días me resultó imposible evocar aquello, ante la imposibilidad de pronunciar determinadas palabras.
Sí, me resultaba imposible concebir que las palabras «maricón», «putón», «moraco», «ojete», «jiña», «macaco» y un largo etcétera pudieran haber sido escritas por mi marido —es decir, el hombre con el que convivo desde hace más de veinte años—, en medio de frases en las que sería difícil negar las connotaciones racistas, antisemitas, homófobas y misóginas. Esa prosa turbia, maligna, pero hábil, era no obstante la suya. Necesité tiempo para admitir que era realmente William quien redactaba ese blog desde hacía cerca de tres años, y quien comentaba en tales términos la actualidad política, mediática y los múltiples fuegos fatuos que aparecen a diario en internet. Necesité tiempo para poder evocar sin rodeos la naturaleza de aquellas frases, es decir, para que aquellas palabras, frente al doctor Felsenberg, saliesen de mi propia boca, siquiera para presentar unas muestras a modo de ilustración. "



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