Diario de Oaxaca (fragmento)Oliver Sacks
Diario de Oaxaca (fragmento)

"Siete de la mañana: el sol se eleva sobre las colinas. Me siento en el comedor del hotel, extrañamente vacío y silencioso. El grupo se ha marchado a las cinco de la mañana para hacer un viaje de dieciséis horas a través de las montañas, cruzando un puerto a tres mil metros de altura hasta la vertiente atlántica, en busca de sus peculiares helechos, ¡sus helechos arborescentes! He declinado acompañarles, a pesar de mis dudas. Pasarme más de diez horas en un vehículo traqueteante sería un tormento para mi espalda. Me encantan el paseo, la búsqueda de plantas, la exploración, pero estar mucho tiempo sentado en un vehículo, en cualquier parte, es una experiencia penosa para mí. Así pues, voy a tomarme un día libre que dedicaré a haraganear, leer, nadar y reflexionar sobre lo que estoy haciendo. Pasaré unas horas en la plaza central de la ciudad, el Zócalo, de la que tuvimos un atisbo el sábado y que me produjo el deseo vehemente de volver a ella.
Me he sentado a una mesa en la terraza de un café del Zócalo. La catedral, noble y en estado ruinoso, se alza a mi izquierda, y la plaza, con sus numerosos cafés, está llena de jóvenes bien parecidos. Delante de mí, junto a los muros de la catedral, unas ancianas indias con sarapes y sombreros de paja venden imágenes religiosas y chucherías. Los árboles (llamados laureles indios, aunque son una especie de higuera) verdean, y el color del cielo y el aire son primaverales. Enormes racimos de globos, inflados con helio, tensan, tratando de elevarse, los cordeles que los sujetan, y algunos parecen lo bastante grandes para alzarse con el niño que los sujete. Algunos se han escapado y están detenidos entre las ramas de los árboles por encima de la plaza. (Se me ocurre pensar que algunos, al subir a una enorme altura, podrían penetrar en las tomas de aire de un motor a reacción y hacer que el avión se precipitara al suelo envuelto en llamas. De improviso veo esa imagen con toda nitidez en mi mente, pero es una idea absurda.)
Los turistas, pálidos, desmañados y mal vestidos, se destacan de inmediato entre los garbosos indígenas. Me ofrecen un recuerdo, un peine de madera; sin duda, mi propia palidez de turista, mi aspecto extranjero, resaltan igualmente.
Escribir como lo hago, sentado en un café, en una plaza agradable... Esto es la dolce vita. Me trae a la mente imágenes de Hemingway y Joyce, escritores expatriados que se sentaban en terrazas de La Habana y París. En cambio, Auden siempre escribía en una habitación aislada y penumbrosa, con las cortinas corridas para protegerse del mundo exterior y sus distracciones. "



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