En el lejero (fragmento) "Se miraron a los ojos. El carretero siguió bajando, y él siguió a la iglesia. No había nadie en la plaza, ni en la cancha. El pueblo entero debía rezar en la iglesia. Los que no rezaban se encontrarían encerrados en sus casas, pensó. Las grandes puertas de la iglesia aparecieron ante él. Comprendió que tendría que esperar, de todos modos, a que terminara la misa. Pudo quedarse con el carretero y charlar otro poco. No. El carretero parecía querer seguir solo. Tendría que oír misa: la oiría. ¿Hacía cuánto que no oía misa? «Rosaura», pensó, «ayúdame a encontrarte, en cualquier lugar donde te encuentres». ¿Q quería en realidad quedarse afuera, esperándolos a todos debajo de ese como fugitivo chubasco de sol que alumbraba la plaza, la cancha, el pueblo entero? No. Tenía que entrar en la iglesia, como todos. Ya les preguntaría. «Y rezaré por ti y por mí, Rosaura, rezaré por todos». Entró y ocupó, de pie, el último lugar, detrás de todas las espaldas. Los más de los presentes estaban de pie. No se oía la voz de ningún sacerdote; se oía la voz de la iglesia, multiplicada por los parlantes: era un silencio hecho del montón de respiraciones allí dentro, sombras sonoras que transpiraban, vapor de sudor de cuerpos, pequeños tosidos transformados en estertores ultraterrenos. El frío volvió a poseerlo. No era posible distinguir el altar: las altas cabezas se lo impedían, la húmeda sombra de la iglesia. ¿Acaso llegó cuando ocurría la Elevación? Al fin escuchó que carraspeaba y se acomodaba en el aire una voz, ¿la voz del sacerdote?, una voz que oyó quejumbrosa, y, sin embargo, al mismo tiempo, exasperada, la voz que golpeó con su eco las encumbradas paredes de adobe, ¿dónde había oído esa voz? " epdlp.com |