La última noche de Dostoievski (fragmento)Cristina Peri Rossi
La última noche de Dostoievski (fragmento)

"A la mañana, en el pueblo, resuelvo el problema de ajedrez del periódico que compra Michelle. Caballo de reina seis - alfil de rey cuatro; resuelvo el problema de ajedrez en diez segundos, tiempo de un buen jugador. Estoy en forma.
Me levanto temprano; el tiempo es diferente al de la ciudad. También me acuesto antes. Una agradable somnolencia me invade, después de cenar, mientras observo los meteoritos fugaces, y descanso tranquilo, gozosamente, hasta el otro día. En mi apartamento de la ciudad, padezco insomnio, con frecuencia. Cuando las salas de juego cierran, estoy nervioso y excitado (casi siempre he perdido) y busco un bar abierto para tomar una copa. Pero eso tampoco me tranquiliza. Conozco a los trasnochadores y a las trasnochadoras. Gente que ha perdido casi todo interés por el trabajo o el sexo (abogados desilusionados, actrices sin contrato, periodistas alcoholizados, chivatos, guionistas en paro, jugadores en bancarrota, cocainómanos con mono, escritores inéditos, putas, chaperos, hombres y mujeres divorciados, modelos, especuladores sin blanca): van retrasando el momento fatídico de volver a un apartamento vacío, o compartido con alguien que ya es indiferente u hostil. Consumen todo lo que encuentran: alcohol, cigarrillos, marihuana, hasch, coca, pistachos, patatas fritas y zumos, con una ansiedad que revela el desasosiego interior.
Después de haber perdido (lo que ocurre la mayoría de las noches), en el momento de regresar a casa, me prometo a mí mismo cambiar de vida. Beberé yogur, fumaré cigarrillos light, haré un régimen de verduras y frutas, no volveré a pisar un bingo o un casino, tomaré valeriana en lugar de somníferos, abriré una cuenta de ahorros, me haré socio de un gimnasio y pediré un aumento en la revista. Sólo me faltará contraer novia, casarme y tener hijos. Pero esta perspectiva me produce tal aburrimiento y desolación que me duermo —luego de ingerir dos Valium— con una súplica silenciosa: «Dios mío, líbrame de la mediocridad».
En cambio, mientras estoy en Chez Michelle me acuesto antes de las doce y me levanto temprano.
Ahora bien, después de una semana, empiezo a preguntarme qué se me ha perdido aquí.
Basta con pincharse el pie con un cardo, contraer alergia nasal por el heno, indigestarse con una mora verde, llenarse de pulgas en un establo, ser mordido por un perro salvaje, o comprobar que todas las persianas se mueven, cuando uno camina por el pueblo, para que la vida bucólica imaginada por el urbanita de vacaciones revele toda su hostilidad. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com