El corazón de Inglaterra (fragmento)Jonathan Coe
El corazón de Inglaterra (fragmento)

"Por fin entendió a lo que François se refería cuando describió el congreso como «multilocalizado». La intención, tal como le había explicado a todo el mundo durante la cena del domingo, era no confinarse en el campus de Marsella, sino lograr que el eco del congreso se expandiese por toda la ciudad y, de hecho, por toda la región. Por ejemplo, la conferencia de Adam sobre las bandas sonoras se iba a celebrar en el Conservatorio de Aix-en-Provence, a media hora de allí. La primera conferencia del jueves, que versaría sobre el concepto de reclusión en Dumas, se daría en el Château d’If, en la celda en la que el escritor imaginó que estaba confinado Edmond Dantès. Y las sesiones del martes se estaban celebrando en un centro artístico llamado La Friche La Belle de Mai, ubicado en una antigua fábrica de tabaco en el distrito tercero. Sophie se escabulló de la sala en mitad de un interminable resumen de la trama de Charles VII chez ses grands vassaux y se detuvo unos instantes, cegada por el intenso sol del patio. Su primer impulso fue telefonear a Ian. Pensó en él como el antídoto para el claustrofóbico y sofocante universo académico y de pronto sintió la desesperada necesidad de disfrutar ni que fuese de unos minutos de una conversación normal con él, pero no le respondió a la llamada. No importaba, tenía toda la tarde para ella sola y eso ya era en sí un alivio. Echó un vistazo a la librería del centro y después salió, contempló durante un rato a media docena de chavales que hacían piruetas con sus monopatines en un parque diseñado para ellos, visitó una de las salas de exposiciones y se dejó seducir por una serie de minuciosas panorámicas fotográficas en blanco y negro de los paisajes urbanos de Beirut.
Después de pasar un par de horas en La Friche, cogió un autobús de regreso al centro, que bajó por La Canebière, se apeó cerca de la estación de metro de Noailles, subió colina arriba por el Marché des Capucins, dando un paseo por las estrechas e intrincadas callejuelas en las que se vendía todo tipo de comida francesa y africana y el aire estaba impregnado de los tentadores aromas de especias conocidas y desconocidas. Las calles estaban repletas de gente comprando y Sophie se percató de que la estimulante mezcla de culturas que le daba a Londres su carácter moderno aquí adquiría un carácter todavía más intenso y reconcentrado. Le encantaba. Sintió ganas de perderse en esta ciudad.
La mañana siguiente le había prometido a Adam acudir a su conferencia sobre bandas sonoras. La organización había contratado un autocar para llevarlos por la autopista hasta Aix y una vez allí al Conservatoire Darius Milhaud, un edificio precioso y acogedor que tomaba su nombre del compositor más famoso de la región y estaba situado en la rue Joseph Cabassol. La ponencia de Adam, acompañada de fragmentos de música y de películas, resultó perspicaz e interesante, aunque Sophie oyó murmurar a algunos de los académicos dumasianos más acérrimos que para su gusto el tema no se ceñía lo suficiente al objetivo del congreso. La verdad es que en los momentos más analíticos de la charla ella se perdió un poco, pero había algo relajante y seductor en el acento de Adam, de modo que de vez en cuando Sophie desconectaba y se concentraba en su voz. Y le encantó su contundente y semiseria aseveración final, según la cual la música más sofisticada y experimental compuesta para una adaptación de Dumas era, en su opinión, la banda sonora de Scott Bradley para Los dos mosqueteros, un corto de Tom y Jerry de los años cincuenta.
Después, seducidos por la promesa de una comida temprana, la mayoría de los invitados salieron en tromba calle arriba en busca del restaurante que François había reservado. Pero Sophie tenía que ir al lavabo, y cuando salió todo el mundo había desaparecido, todos excepto Adam, que seguía en el vestíbulo hablando con uno de los jóvenes profesores del conservatorio. "



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