El diamante de Moonfleet (fragmento)John Meade Falkner
El diamante de Moonfleet (fragmento)

"Los de la Milicia tardarán aún un rato en volver, y cuando lo hagan, no creo que se dediquen a buscarnos detenidamente por esta zona. Pero es mejor no correr riesgos, así que nos quitaremos de en medio, y cuanto antes mejor. Esta pierna tuya nos tendrá maniatados durante semanas, debemos buscar un lugar donde escondernos mientras te recuperas. Vamos a ver, yo sé de uno en Purbeck, le llaman «la mina de Joseph», y ahora mismo vamos a ir para allá. Pero está a unas siete millas y tardaremos un día entero en llegar; yo ya no soy joven como antes, y tú, muchacho, pesas lo tuyo y no resulta tan fácil llevarte a cuestas.
Yo ignoraba de qué mina me estaba hablando, pero me alegró saber que existía un lugar, no importa cuán lejos estuviera, en el que podría permanecer echado y aliviar los tormentos que padecía. Y de este modo me volvió a tomar en brazos e iniciamos nuestra jornada campo a través.
No hace falta que me explaye sobre el viaje, fue sencillamente agotador y la verdad es que, aunque quisiera, tampoco podría hacerlo, pues el dolor se me subió a la cabeza y tuve un ataque de angustia que me paralizó. No recuerdo nada, excepto momentos aislados en los que algún movimiento inesperado fue causa de un suplicio lacerante y me hizo chillar de dolor. Elzevir anduvo primero a paso vivo, pero conforme avanzó el día se fue ralentizando, y más de una vez tuvo que detenerse y depositarme en el suelo para poder descansar un poco. Hacia el final del trayecto ya solo era capaz de cargarme seguido durante trechos de cien yardas como mucho.
Pasó el mediodía, el sol cruzó su meridiano y, aunque no correspondiera por la época del año, el calor empezó a apretar. El paisaje ya no era el mismo, en campo abierto habíamos caminado por un suelo cubierto de matorrales bajos, salpicado de minúsculas conchas blancas de caracoles. Ahora, en cambio, estábamos en una extensión de piedras planas alternadas con tierras de labranza. Era un paisaje muy melancólico, debía ser muy difícil arrancarle algo a la tierra en semejante lugar; allí no había setos verdes y frescos, solo muros inhóspitos de piedra seca, sin mortero.
Elzevir se detuvo y me bajó al suelo, colocándome tras uno de estos muros. La pared había cedido por varios lugares, pero se mantenía aún en pie gracias a unos cuantos arbustos espinosos que le servían de contrafuerte y a una hiedra suelta que se aferraba a las piedras y las mantenía unidas. "



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