Alegría (fragmento)Manuel Vilas
Alegría (fragmento)

"Cada vez tengo más miedo, y contemplo mi miedo como si fuese un bosque
hostil.
«¿Por qué tienes que tener miedo si solo hay hermosura en la vida?»
¿Quién me ha dicho esa frase? ¿Quién me acaba de decir eso?
Es él, mi padre, que sigue viniendo. No dejes de venir, y dime si tú tienes miedo allí, allí, en donde estés.
Un padre nunca comunica su miedo a su hijo.
No hay cosa más indefensa en la vida que un escritor. Los mejores son los más indefensos, los más niños. Escriben porque tienen miedo.
Eso he pensado esta mañana, en mi vulnerabilidad. Me he despertado en Cartagena de Indias, en Colombia. He venido a esta maravillosa ciudad a hablar de mis padres muertos, a hablar de la novela que escribí sobre ellos.
Y me ha pasado algo casi sobrenatural: mientras caminaba por mitad de una calle populosa de Cartagena de Indias, me ha parecido que el tiempo entraba en un agujero negro, y como hacía calor, un calor parecido al del Mediterráneo en los meses de verano en España, he tenido la sensación de que regresaban ellos, mis padres, y de que estábamos caminando por Cambrils en el verano de 1975, y la sensación ha sido tan real que me he echado a llorar.
¿Por qué estáis en todas partes?
«Nos invocaste en un libro, hiciste eso, vas por medio mundo contando nuestras vidas, ¿quién eres tú para contar la vida de tus padres a miles y miles de extraños?»
No son extraños, son buenas personas.
(...)
Recuerdo que Teresa y yo tuvimos el mismo profesor de latín en COU. Se trataba de un sacerdote llamado don Luis Castilla. Él siempre decía esa palabra: «inexorablemente». Yo no entendía del todo su significado, o no acababa de entender la fuerza, a veces dramática, otras cómica, con que la pronunciaba.
Se ponía de pie encima de la tarima, desde donde su apariencia y su autoridad se multiplicaban, y cuando faltaba un minuto para que tocase el timbre y entregáramos nuestros exámenes, decía «el tiempo es inexorable». Yo sentía que lo decía con un añadido de experiencia personal. Era consciente de que don Luis Castilla metía en esa palabra su propia existencia. Era un hombre alto, de rostro fino, siempre bien vestido, con una corbata y un jersey azul. Un sacerdote presumido y con agenda, muy ocupado, con muchas reuniones y compromisos. Era especial. Se esmeraba en su apariencia física. Tenía mucha vida social, se codeaba con la burguesía de Barbastro. Le invitaba a comer la gente bien. Lo invitaban a las casas particulares, en donde era recibido con honores. Tenía un sentido político de Dios que me parecía más desarrollado que otros de sus compañeros de fe. Esto ocurría a mediados y finales de los setenta. Y su dominio del latín era grande, pero no perfecto. Había cuestiones gramaticales que no acababa de resolver en clase, tal vez por pereza o tal vez era porque yo no me enteraba bien de sus explicaciones. Yo estaba obsesionado con los valores del quod en latín, y le preguntaba mucho sobre ese particular de la sintaxis latina y recuerdo que nunca me quedaba completamente satisfecho.
El quod me tenía obsesionado, porque podía ser varias cosas, y yo quería estar preparado, estar alerta, que el quod no me cogiera desprevenido. El quod era un desafío a mi inteligencia, porque era voluble. La volubilidad de la sintaxis del latín rompía mi sentido de la lógica. Me obsesioné con el quod latino, también me atormentaban los valores del cum. Quería saber con precisión qué significaban aquellas frases dichas hacía dos mil años. Ahora me doy cuenta de que era imposible traducir lo que se dijo hace dos mil años. Me doy cuenta de que lo que hacíamos en clase eran aproximaciones razonables a algo que fue dicho en el pasado, pero que ya nadie podía saber qué se dijo realmente, al menos hasta la perfección absoluta, hasta la concreción precisa de todos los matices posibles. Los matices eran intraducibles, o irredimibles, o se los había tragado el tiempo. Y el quod eran los restos de ese naufragio, del naufragio de toda una lengua, que a mí me parecía maravillosa y a la vez terrible.
Tengo un gran recuerdo de ese hombre. Tengo un gran recuerdo porque era elegante, porque se esforzaba en escoger su ropa. Porque siempre estaba bien arreglado. Ahora ya está entre los muertos. "



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