El fuego (fragmento)Henri Barbusse
El fuego (fragmento)

"Me decidí de repente, sin reflexionar, dado que estaba deslumbrado por la idea de volver a ver a mi gente, y si después me fusilaban, bueno, pues, tanto peor: toma y daca. Es la oferta de la ley y de la demanda, como dice el otro, ¿no? Viejo, no ha habido pega. La única fue el trabajo que les costó encontrar un gorro bastante ancho, porque, tú sabes que tengo la cabeza muy grande. Pero hasta eso se arregló: me encontraron una caja para piojos lo bastante grande para poder contener mi cabeza. Tengo precisamente botas boches, las de Caron, ya sabes. Entonces, ya nos tienes yendo hacia las trincheras alemanas (que son suciamente semejantes a las nuestras), con aquella especie de camaradas boches que me decían, en muy buen francés —como el que yo hablo—, que no me preocupase. No hubo alarma, nada. A la ida, anduvo todo bien. Todo pasó tan suave y sencillamente que yo no me figuraba ser un boche de mentirijillas. Llegamos a Lens al caer la noche. Recuerdo haber pasado frente a la Perche y haber echado por la calle del Catorce de Julio. Veía gentes de la ciudad que navegaban por las calles como en nuestros acantonamientos. No les reconocía a causa de la oscuridad; ellos tampoco, a causa de la oscuridad, también, y también a causa de la enormidad de la cosa... Estaba oscuro como para no poderse meter el dedo en el ojo cuando llegué al huerto de mis padres. El corazón me palpitaba; temblaba de pies a cabeza como si yo no fuese más que una especie de corazón. Y me aguantaba por no echarme a reír en voz alta y en francés, además, tan contento y emocionado estaba. El kamarad me dijo: «Vas a pasar una vez y luego otra vez, mirando a la puerta y a la ventana. Mirarás sin que lo parezca... Desconfía...» Entonces, me rehago, trago mi emoción, de repente. Era un buen chico el tipo aquel, pues se la habría cargado de lo lindo si yo me hacía pillar, ¿no? Tú sabes, en casa, como en todas partes en el Pas-de-Calais, las puertas de entrada a las casas están partidas en dos: abajo, forman una especie de barrera hasta medio cuerpo, y arriba forma como quien dice postigo. Así, se puede cerrar solamente la mitad de abajo de la puerta y estar a medias en casa. El postigo estaba abierto y la habitación, que es comedor y también cocina, naturalmente, estaba iluminada y se oían voces. Pasé estirando el cuello de costado... Había, rosadas, iluminadas, caras de hombres y de mujeres en torno de la mesa redonda y de la lámpara. Mis ojos brincaron hacia ella, hacia Clotilde. La vi perfectamente. Estaba sentada entre dos tíos, suboficiales, creo, que le hablaban. ¿Y qué hacía ella? Nada; sonreía ladeando gentilmente su carita rodeada de un leve marquito de cabellos rubios que doraba la lámpara. "


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