La novela de la momia (fragmento)Theophile Gautier
La novela de la momia (fragmento)

"Las reflexiones desanimaban a Tahoser; pero luego su confianza crecía y se decía que su belleza, su juventud, su amor, acabarían por ablandar aquel corazón insensible: sería tan dulce, tan atenta, tan abnegada, y pondría tanto arte y coquetería en adornarse con sus pobres ropajes, que con toda seguridad Poeri no resistiría. Entonces, ella le revelaría que la humilde sirvienta era una joven de alta cuna, que poseía esclavos, tierras y palacios, y anticipaba en sueños, después de la felicidad oscura, una vida de felicidad espléndida y radiante.
«Para empezar, he de parecerle hermosa», se dijo, poniéndose en pie, y se dirigió a uno de los estanques.
Al llegar allí, se arrodilló en el reborde de piedra y se lavó la cara, el cuello y los hombros; el agua agitada le mostró, en su espejo roto en mil pedazos, una imagen confusa y temblorosa que le sonreía como a través de una gasa verde, y los pececillos, al ver su sombra y creer que iban a arrojarles algunas migas de comida, se acercaron en tropel al borde.
Cogió dos o tres flores de loto que desplegaban sus pétalos en la superficie del estanque, retorció sus tallos en torno a la cinta de sus cabellos, y se compuso de ese modo un peinado que no habría igualado todo el arte de Nofré vaciando los cofres de sus joyas.
Cuando hubo terminado y se puso en pie fresca y radiante, un ibis familiar, que la había estado observando acicalarse, se alzó sobre sus largas patas, tendió su largo cuello y batió dos o tres veces las alas como para aplaudirla.
Concluida su toilette, Tahoser volvió a ocupar su lugar junto a la puerta del pabellón, y esperó allí a Poeri. El cielo era de un color azul profundo; la luz se estremecía en ondas visibles en el aire transparente; los pájaros brincaban de rama en rama, y picoteaban algunas bayas; las mariposas se perseguían y evolucionaban agitando sus alas. A aquel espectáculo risueño se sumaba el de la actividad humana, que lo realzaba aún más, al prestarle un alma. Los jardineros iban y venían; pasaban los servidores, cargados de brazadas de hierbas y de paquetes de legumbres; otros, colocados al pie de las higueras, llenaban sus cestas con la fruta que les arrojaban unos monos amaestrados para recoger los higos, que habían trepado hasta las ramas más altas. "



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