Nuestra parte de noche (fragmento)Mariana Enríquez
Nuestra parte de noche (fragmento)

"Y claro que no, pensó Gaspar. La cicatriz le picaba, le tiraba; Gaspar se rascó con cuidado por encima de la venda apenas. Su tío sorbía el café: no sospechaba, se había creído lo del accidente. ¿Cómo iba a sospechar? Por las dudas siguió hablando. Le contó que el lunes siguiente volvía a la escuela y que todavía no lo dejaban jugar al fútbol, aunque no entendía por qué, si había jugadores que lo hacían infiltrados y con cosas peores.
No pudo terminar de contarlo ni recibir respuesta porque oyó los pasos inconfundibles de su padre en el living y, con sorpresa, lo vio entrar en la cocina. Era raro que se levantara de la cama. Y todavía con más sorpresa vio el abrazo, los ojos emocionados de su tío, el cuerpo alto de su padre que, en ese gesto de cariño, parecía frágil. Los dos salieron de la cocina; su tío le indicó con un gesto que volvía en un rato, su padre ni lo miró. Gaspar se puso a lavar las tazas con una sola mano porque no podía mojarse el brazo lastimado.
Vicky se sorprendió cuando volvió de la escuela y, en el desordenado living de su casa, vio a Luis, el tío de Gaspar, tomando mate con su madre, que tenía ese día, y el siguiente, libres en el hospital. Su mamá la presentó como «una de las mejores amigas de Gaspar» y Luis le dijo que había oído hablar de ella. Vicky pensó que era como una versión más vieja y más agradable del padre de Gaspar. La conversación importante ya estaba terminada, se dio cuenta Vicky, porque ahora hablaban de la vida de Luis en Brasil. Un barrio que se llamaba Gamboa, cerca de Santa Teresa. Qué hermoso, decía su madre, y Luis le contestaba: más o menos, a lo mejor ya no me parecía tan hermoso porque uno extraña. Hablaban del exilio, Luis decía que extrañaba los olores, la comida, que Río era una ciudad maravillosa, pero también muy melancólica. Y esta vuelta también es triste, dijo, y ahí los dos miraron a Vicky, pero ella agarró un cañoncito de dulce de leche y no se movió.
[...]
La casa de Gaspar ya era como un hospital. Vicky había estado una sola vez, pero había notado el cambio. Estaba calentita, con las estufas encendidas. Habían comprado una cama nueva para Juan, más cómoda para atenderlo, alta, con barandas, con una manivela para levantar la cabecera y, por la mirada que ella había echado a la habitación, todos los remedios estaban sobre una mesita, ordenados. La enfermera dormía ahí, la médica casi siempre. Los días que no trabajaba en el hospital, su mamá también ayudaba. A Vicky le parecía bien, pero se daba cuenta de que, mientras tanto, nadie le prestaba mucha atención a Gaspar, que andaba por la calle, en bicicleta, o se iba a nadar, o se iba al cine y veía una película atrás de otra y parecía tan triste, flaco, ni siquiera se ponía contento ya cuando miraba un partido y faltaba a la escuela. "



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