El año del jardinero (fragmento) "La época de la siega es también, como todo el mundo sabe, la de las tormentas. Durante unos días la cosa se prepara en el cielo y en la tierra: el sol es ardiente y, en cierto modo, antipático; la tierra se agrieta y los perros huelen mal; el cultivador mira el cielo con inquietud y dice que sería necesario que lloviera. Y luego aparecen unas nubes siniestras, como suele decirse, y se levanta un viento salvaje que arrastra consigo el polvo, los sombreros y hojas arrancadas de los árboles; el jardinero se precipita entonces al jardín, muy desmelenado, no para desafiar a los elementos como un poeta romántico, sino para sujetar todo lo que se dobla bajo el soplo del viento, llevarse sus instrumentos de jardinería y sus sillas, y, en una palabra, para prevenirse contra las catástrofes. Mientras trata —en vano— de sujetar unos tallos de «espuela de caballero», las primeras gotas, grandes y cálidas, empiezan a caer; pasa un minuto asfixiante y ¡bum! al son del trueno se abate un pesado aguacero. El jardinero corre a resguardarse en el umbral de su casa y mira, con el corazón oprimido, cómo su jardín se agita bajo los golpes de la lluvia y de la tempestad; en el momento culminante de la tormenta salta, como alguien que trata de salvar a un niño que se ahoga, para sujetar una azucena rota por el viento. ¡Dios mío, cuánta agua! El granizo viene a participar en este estruendo, rebota sobre el suelo y es barrido por los arroyos de agua sucia. En el corazón del jardinero se libra un combate entre su solicitud para con sus flores y esa especie de entusiasmo que provocan en nosotros los fenómenos de la naturaleza. Luego el estruendo disminuye, y el aguacero pasa a ser una lluvia fría, que por sí misma se va rarificando poco a poco hasta que acaba por cesar. El jardinero corre hacia su jardín refrescado, lanza una mirada afligida a su césped cubierto de arena, a sus gladiolos rotos y a sus arriates surcados de arroyuelos y, mientras el primer mirlo se pone a cantar, grita por encima de la valla a su vecino: «¡Eh, vecino, aún debería llover un poco más; para los árboles no es suficiente!». Al día siguiente, los periódicos hablan de una tormenta catastrófica que ha causado daños terribles, en particular a las cosechas; pero no dicen que ha causado grandes daños a las azucenas o que ha destrozado los «Papaver Orientale». A los jardineros siempre se nos deja al margen. " epdlp.com |