La caída (fragmento) "No, no es nada, tirito un poco a causa de esta bendita humedad. Por lo demás, ya llegamos, ya está. No, usted primero. Pero le ruego que se quede un momento todavía conmigo, y que me acompañe. Aún no terminé. Tengo que continuar. Continuar, eso es lo difícil. Mire usted, ¿sabe por qué lo crucificaron a aquel otro, a aquel en quien tal vez usted piensa en este momento? Bueno, había muchas razones para hacerlo. Siempre hay razones para asesinar a un hombre. En cambio, resulta imposible justificar que viva. Por eso, el crimen encuentra siempre abogados, en tanto- que la inocencia, sólo a veces. Pero, junto a las razones que nos explicaron muy bien durante dos mil años, había una muy importante de aquella espantosa agonía. Y no sé por qué la ocultan tan cuidadosamente. La verdadera razón está en que él sabía, sí, él mismo sabía que no era del todo inocente. Si no pesaba en él la falta de que se lo acusaba, había cometido otras, aunque él mismo ignorara cuáles. ¿Las ignoraba realmente, por lo demás? Después de todo él estuvo en la escena; él debía haber oído hablar de cierta matanza de los inocentes. Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras los padres de él lo llevaban a lugar seguro, ¿por qué habían muerto, sino a causa de él? Desde luego que él no lo había querido. Le horrorizaban aquellos soldados sanguinarios, aquellos niños cortados en dos. Pero estoy seguro de que, tal como él era, no podía olvidarlos. Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos, ¿no era la melancolía incurable de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? La queja se elevaba en la noche. Raquel llamaba a sus hijos muertos por causa de él, ¡y él estaba vivo! Sabiendo lo que sabía, conociendo profundamente al hombre -¡ah, quién hubiera creído que el crimen no consiste tanto en hacer morir como en no morir uno mismo!-, puesto día y noche frente a su crimen inocente, se le hacía demasiado difícil sostenerse y continuar. Era mejor terminar, no defenderse, morir, para no ser el único en vivir y para ir a otra parte, a otra parte en que tal vez lo sostendrían. Y no lo sostuvieron. Él se quejó por eso, y por añadidura lo censuraron. Sí, fue el tercer evangelista, según creo, el que comenzó a suprimir su queja. "¿Por qué me has abandonado?" Era un grito sedicioso, ¿no es cierto? Entonces acudieron a las tijeras. Observe usted, por lo demás, que si Lucas -no hubiera suprimido nada, apenas se habría echado de ver la cosa. En todo caso, no habría ocupado un lugar tan importante. De esta suerte, el censor proclamaba lo que proscribe. El orden del mundo también es ambiguo. " epdlp.com |