Avaricia (fragmento)Frank Norris
Avaricia (fragmento)

"La señorita Baker se refugió en un vestíbulo cercano, desde donde contempló la escena con mucho interés y curiosidad. La cabeza de María Macapa asomó por una de las ventanas del último piso de la casa y emitió un chillidito. Hasta la silueta enorme de McTeague apareció por encima de los visillos de las ventanas de la clínica, y sobre sus hombros podía verse el rostro del paciente con un babero metido en el cuello y el dique de goma pendiendo en su boca. Toda la casa estaba enterada de la enemistad entre los perros, pero el par nunca se había encontrado cara a cara.
Entretanto, el pastor y el setter se acercaron y se detuvieron como por un acuerdo natural cuando estuvieron a metro y medio de distancia. El pastor giró de lado hacia el setter; el setter giró de costado hacia el pastor. Sus colas se elevaron y se tensaron; alzaron los labios por encima de los colmillos largos y blancos, los pelos de la nuca se les erizaron, y se mostraron mutuamente el blanco salvaje de sus ojos mientras respiraban con gruñidos prolongados y ásperos. Parecían la personificación de la furia y el odio insatisfecho. Entonces empezaron a rodearse mutuamente con una lentitud infinita, caminando con las patas rígidas sobre los puros extremos de sus garras. Luego se dieron la vuelta y empezaron a girar en la dirección contraria. Repitieron este giro dos veces; sus gruñidos se intensificaron. Pero seguían sin encontrarse, y la distancia de metro y medio que los separaba se mantuvo con una precisión casi matemática. Era algo espléndido, pero no era la guerra. Luego, el setter se detuvo y apartó la cabeza lentamente. El pastor olisqueó el aire y fingió estar interesado en un viejo zapato que yacía en la alcantarilla. Poco a poco, y con toda la dignidad de unos monarcas, se alejaron. Alexander regresó altivamente a la esquina de la calle. El pastor regresó impacientemente a la verja lateral por donde había salido, fingiendo haber recordado algo muy importante. Desaparecieron. En cuanto se perdieron de vista mutuamente, empezaron a ladrar con furia.
[...]
La pequeña modista compró un sobre de semillas de capuchina en la floristería y regresó a su habitación diminuta en la casa. Pero cuando iba subiendo despacio por el primer tramo de escaleras, de repente se encontró cara a cara con el viejo Grannis, quien iba bajando. Eran entre las nueve y las diez, y él se dirigía a su pequeña clínica para perros, sin duda. El temor invadió a la señorita Baker de inmediato, sus ricitos falsos se agitaron, sus mejillas arrugadas se ruborizaron tenuemente —muy tenuemente—, y el corazón le latió con tal violencia debajo del chal de estambre que se sintió obligada a pasarse la cesta de la compra al otro brazo y sujetarse del pasamanos con la mano libre.
Por su parte, el viejo Grannis se sintió inmediatamente abrumado por la confusión. Su torpeza pareció paralizarle las piernas; los labios le temblaron y se le secaron; se llevó la mano trémula al mentón. Pero lo que intensificó la vergüenza espantosa de la señorita Baker en esta ocasión fue el hecho de que el viejo inglés la viera de esa forma, cargando la infame cesta de la compra llena con un pescado y una col infames. Parecía que una suerte maliciosa insistía en juntar cara a cara a los dos viejos en los momentos más inoportunos.
Sin embargo, en ese preciso momento sucedió una verdadera catástrofe. La pequeña y vieja modista se pasó la cesta al otro brazo justo en el momento equivocado, y el viejo Grannis, al precipitarse para pasar y quitarse el sombrero en un saludo apresurado, golpeó la cesta con el antebrazo y la tumbó. La cesta cayó rodando y rebotando por las escaleras, el lenguado se estampó sobre el primer rellano, las lentejas se desparramaron por toda la escalera, y la col descendió ruidosamente saltando de escalón en escalón hasta chocar contra la puerta de la calle con un golpe que retumbó por toda la casa. "



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