Cuentos feroces (fragmento)Léon Bloy
Cuentos feroces (fragmento)

"Pero eso, dijo con un ronquido que parecía un sollozo, no fue nada. Estos alemanes se desquitaron como sabían. Mi marido era un hombre de enorme valor que les había causado muchos perjuicios. Había sacrificado la mitad de nuestra fortuna para organizar una pequeña compañía de tiradores denominados los Furtivos de Neuville, cuya audacia fue extraordinaria… Nunca supe qué pasó con los cadáveres…
Quizá sepa que en Loigny, bajo la iglesia, hay una cripta donde pueden verse los blancuzcos esqueletos, ordenados simétricamente, de mil treinta y cinco soldados franceses. Muchas veces he hecho esa peregrinación, tratando de persuadirme de que los habían llevado allí, a mis amados difuntos, y rogué por ellos todo lo que una criminal puede rogar…
Escúcheme ahora. Estaba sola, una tarde, con nuestra hija menor, una linda muchachita de diez años, en nuestra casa, en la carretera de Cháteaudun. No sabía nada, salvo que todo iba mal. El enemigo llegaba por todas partes. Los vecinos habían emprendido la huida… ¡Ojalá yo hubiera hecho lo mismo!
Tras derribar la puerta vi entrar en mi casa a una veintena al menos de bestias pardas que se dieron inmediatamente al pillaje, entre voces de por qué no les daba de beber y comer. Dejé todo en sus manos dándome por contenta por no haber sido maltratada de obra. Entonces, uno de ellos me aferró mientras hacía escarnio de la muerte de mi marido y de mis dos hijos. Loca de desesperación, me lancé sobre este hombre y le mordí en el rostro de modo tan cruel que mis ojos se anegaron en su sangre, parecía que lloraba sangre, su ominosa sangre…
En ese minuto se cumplió mi destino. Fui golpeada, pisoteada, violada por todos esos truhanes y lanzada, casi muerta, sobre un montón de estiércol que había ante la puerta, donde permanecí desmayada un rato bien largo hasta que me despertaron los alaridos sobrehumanos de mi hija, cautiva en la casa que estaba siendo pasto de las llamas…
¿Me está escuchando con atención, padre? Preguntó la infeliz, más sombría y más horripilante que al principio. ¡Ah, es preciso que me escuche, no tanto para que me absuelva como para que sea mi testigo, pues esos gritos de mi pequeña, que oiré durante toda la eternidad, son mi tesoro, véalo usted, mi único bien, el viático de mi espantosa alma cuando se presente ante el Dios que pidió a su criatura tamaños sufrimientos…!
¡Ah, pero me vengué, vaya si me vengué, diabólica, horriblemente!, agregó con una voz tan profunda que el franciscano tembló. Esperaba así, paganamente, librarme de esos gritos tremebundos. Pero no he pasado ni un minuto, sépalo, en estos veinte años, sin oírlos, y los oiré siempre… Pues la Inocencia no se aplaca… ¡Me inundan, me rodean, y cuando mi Juez me mire los colocaré sobre mi gastado pecho como un peto de blancura, los ofrendaré con ambas manos y los depositaré al pie de su trono y en todas las avenidas de su Cielo, que se tornará, quizás, entonces, en un segundo Valle de Lágrimas, recordándole los alaridos de su propio Hijo crucificado que se negó a oír! "



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