Las alas de la esfinge (fragmento)Andrea Camilleri
Las alas de la esfinge (fragmento)

"Y se cortó la comunicación. Montalbano experimentó la clara sensación de que Livia le estaba diciendo «Te quiero» y de que el pudor se lo había impedido. La emoción lo dejó sin respiración. Corrió a la galería, se agarró con fuerza a la barandilla y respiró hondo. Después se sentó y apoyó la cabeza sobre los brazos cruzados.
En la voz de Livia se advertía una nota de tristeza tan honda que se estaba sintiendo mal. Sólo otra vez había percibido en las palabras de ella la misma nota: cuando hablaron del hijo que ya jamás podrían tener.
Durmió mal, dando vueltas en la cama, levantándose y acostándose a cada momento, encendiendo y apagando la luz para ver las manecillas del reloj que parecían moverse a cámara lenta.
Al final vio entrar por la ventana la luz de un claro amanecer.
Se levantó esperanzado; a lo mejor el pescador se había equivocado sobre la duración del mal tiempo. Y así fue efectivamente: el cielo estaba despejado, soplaba un aire fresco y cortante. El mar aún no estaba en calma, pero tampoco tan agitado como para haber impedido que las embarcaciones pesqueras salieran a faenar. Montalbano se sintió consolado por la idea de que Enzo encontraría finalmente pescado fresco.
Tan consolado que regresó a la cama y durmió tres horas de sueño que le permitieron recuperar el que había perdido.
Al salir de casa, decidió no pasar por la comisaría sino dirigirse a la cárcel, que se encontraba a unos kilómetros de Montelusa. No tenía ninguna autorización para hablar con el recluso, pero confiaba en su buena amistad con la alcaide del establecimiento y en su comprensión.
En efecto, no tardó ni poco ni mucho en encontrarse en un cuartito con Pasquale, el hijo de Adelina. "



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