Viajes de niebla (fragmento) "Si era verano, los relámpagos y el agua aliviaban la tensión de las ideas, afiladas por el calor. Y ésa era la razón de que al conde de Niva sus amigos obreros le fueran cambiando el título, conde de Bruma, o conde de Niebla, o conde de la Gota (de sudor), en función de las nubes o del viento. A él le hacía gracia. Una vez que Niebla andaba resfriado —la manía de ir sin sombrero—, Martín, el chófer, pelo blanco, nariz borbónica, rectitud de por lo menos magistrado, supo manipular a la asamblea de forma que los amigos aceptasen bajar al Packard y continuar allí el debate. Esta tarde iba de si son las glándulas o los vecinos los que estropean a los hombres. Niebla, al que esa noche llamaron Barón de la Tormenta, arrastró mucho tiempo de un lado a otro la imagen de esa conspiración bajo la lluvia: ocho o nueve hombres apretados en un coche, oliendo a pana húmeda y a cuero noble, subiendo la voz o callándose para escuchar el estruendo del agua. Finalmente se cansó —la leyenda dice que fue al alba, con una mujer desnuda y exhausta durmiendo en la misma habitación de un hotelucho en París, aunque ése es el tipo de leyendas del que hay que desconfiar—, y descargó el agobio de su memoria en aquellos versos: Éramos nueve navegando en el Packard por el mar de Madrid. Nueve hombres ciegos. E injustos. Al oeste, relámpagos. En derredor, el enemigo. El mar caía del cielo. Éramos nueve. Remábamos cantando. " epdlp.com |