Me quedo aquí (fragmento)Marco Balzano
Me quedo aquí (fragmento)

"No sabes nada de mí y, sin embargo, sabes mucho porque eres mi hija. El olor de la piel, el aliento cálido, los nervios tensos…, todo eso te lo he dado yo. Así que te hablaré como a alguien que me ha visto por dentro.
Soy capaz de describirte hasta en el último detalle. Es más, algunas mañanas en que hay mucha nieve y la casa está envuelta en un silencio que corta la respiración, me vienen a la mente nuevos detalles. Hace un par de semanas me acordé de un pequeño lunar que tenías en el hombro y que siempre me señalabas cuando te bañaba en la tina. Te obsesionaba. O aquel tirabuzón detrás de la oreja, el único en tu melena de color miel.
Las pocas fotografías que conservo las saco con muchas reservas, pues con el tiempo me he vuelto de lágrima fácil. Y no soporto llorar. No soporto llorar porque es de idiotas y porque no me consuela. Lo único que hace es agotarme, quitarme las ganas hasta de comer o de ponerme el camisón antes de meterme en la cama. Y no, hay que cuidarse, apretar los puños incluso cuando la piel de las manos se llena de manchas. Luchar sea como sea. Eso es lo que me enseñó tu padre.
Durante todos estos años, siempre me he imaginado como una buena madre. Segura, brillante, cordial…, adjetivos que desde luego no encajan conmigo. En el pueblo aún me llaman señora maestra, pero me saludan de lejos. Saben que no soy precisamente una persona afable. A veces me acuerdo de un juego que solía poner en práctica con los niños de primer curso: «Dibujad el animal al que más os parecéis», les proponía. Yo ahora dibujaría una tortuga con la cabeza oculta bajo el caparazón.
Me gusta pensar que no habría sido una madre dominante. Jamás te habría preguntado –como hacía mi madre– quién era este o el otro, si solo era una historia pasajera o si pensabas prometerte. Aunque a lo mejor solo es otra de las mentiras que me cuento a mí misma: si hubieras estado aquí, posiblemente te habría acribillado a preguntas y te habría mirado de reojo a cada respuesta evasiva. A medida que pasan los años, dejamos de creernos mejores que nuestros padres. Y si me pongo a comparar ahora, tengo una clara desventaja. Tu abuela era una mujer hosca y severa, tenía ideas claras sobre todo, no le costaba distinguir el blanco del negro y no tenía problemas en cortar por lo sano. Yo, en cambio, me perdía en una escala de grises. Según tu abuela, la culpa la tenían los estudios. A las personas instruidas las consideraba, en general, inútilmente complicadas. Gandules, sabihondos, especialistas en buscarle tres pies al gato… Yo, en cambio, creía que el mayor saber, sobre todo para las mujeres, eran las palabras. Hechos, historias, fantasías…, lo que contaba era desearlas y atesorarlas, para cuando la vida se complicaba o se volvía estéril. Creía que las palabras podrían salvarme. "



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