La séptima función del lenguaje (fragmento)Laurent Binet
La séptima función del lenguaje (fragmento)

"La vida no es una novela. Al menos eso es lo que a ustedes les gustaría creer. Roland Barthes sube una vez más por la rue de Bièvre. El mayor crítico literario del siglo XX tiene sobrados motivos para estar angustiado en grado sumo. Su madre, con quien mantenía unas relaciones muy proustianas, ha muerto. Y su curso en el Collège de France, titulado «La preparación de la novela», ha resultado un fracaso del que difícilmente puede sustraerse: durante todo el año ha estado hablándoles a sus alumnos de haikus japoneses, de fotografía, de significantes y significados, de divertimentos pascalianos, de camareros de café, de batas guateadas o del número de asientos en el anfiteatro, de todo menos de novela. Y va para tres años así. Sabe irremediablemente que el propio curso no es más que una maniobra dilatoria para aplazar el momento de empezar una obra verdaderamente literaria, es decir, una que haga justicia al escritor hipersensible que está aletargado en él y que, en opinión de todo el mundo, ha empezado a dar brotes con su Fragmentos de un discurso amoroso, considerada ya la biblia de los menores de veinticinco años. De Sainte-Beuve a Proust, ya toca cambiar y ocupar el sitio que le corresponde en el panteón de los escritores. Mamá ha muerto: se ha cerrado el círculo que se abrió con El grado cero de la escritura.
La hora ha llegado.
La política, sí, sí, ya se verá. No se puede decir que sea muy maoísta, después de su viaje a China. Por otra parte, no es eso lo que se espera de él.
Chateaubriand, La Rochefoucauld, Brecht, Racine, Robbe-Grillet, Michelet, Mamá. El amor de un chico.
Me pregunto si ya habría entonces algún «Vieux Campeur» en el barrio.
Dentro de un cuarto de hora estará muerto.
Estoy seguro de que el papeo era bueno en la rue des Blancs-Manteaux. Imagino que se come bien en casa de esa gente. En Mitologías, Roland Barthes descifra los mitos contemporáneos erigidos por la burguesía a la mayor gloria de sí misma y, gracias a ese libro, él se convirtió en alguien verdaderamente famoso; así que, de alguna manera y en resumidas cuentas, es a la burguesía a la que deberá su fortuna. Pero se trataba de la pequeña burguesía. La gran burguesía que se pone al servicio del pueblo es un caso muy particular que merece ser analizado. Habrá que escribir un artículo al respecto. ¿Esta noche? ¿Por qué no ahora mismo? No, antes tiene que seleccionar sus diapos.
Roland Barthes aprieta el paso sin percatarse de nada de cuanto lo rodea, y eso que es un observador nato, cuyo oficio consiste en observar y analizar y cuya vida se la ha pasado por entero rastreando signos. No hay duda de que no ve ni los árboles, ni las aceras, ni los escaparates, ni los coches del boulevard Saint-Germain, que se conoce de memoria. Ya no está en Japón. No siente la mordedura del frío. Apenas si oye los ruidos de la calle. Aquello parece la alegoría de la caverna pero al revés: el mundo de las ideas en que él está encerrado oscurece su percepción del mundo sensorial. A su alrededor, no ve más que sombras. "



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