El bazar de los idiotas (fragmento)Gustavo Alvarez Gardeazábal
El bazar de los idiotas (fragmento)

"No contenta con esa participación, contribuyó a la campaña de fondos organizando un bazar tan gigantesco, tan sin límites, que tal vez Tuluá haya tenido ese día como el ejemplo más comparable con lo que nuevamente alrededor de ella ha estado sucediendo en los últimos días. No escatimó un solo esfuerzo. Puso a treinta muchachos del catecismo del padre Phanor a cortar papel y luego de pegadores de boletas en blanco para el bazar. Los regalos los consiguió con el comercio, con las amas de casa, con los señores ricos de las fincas. Los que le resultaban muy pequeños para la idea que poseía de un bazar en donde no cupiera un regalo en la mesa de cuarenta metros que mandó hacer casi que como pasarela, los archivaba para su bazar del domingo. Las canastas de venta las coordinó con diez niñas del comité de apoyo, a quienes saltando matojos llamó apenada. Para poder hacer realidad todo ese proyecto, hubo necesidad de desocupar cuatro de las siete piezas de su casa, mandar a Nemesio a dormir al cuarto de Bartolomé y arrumar las sillas y las matas del corredor en el comedor. Eran tantos los regalos que se pondrían en la mesa infinita que Marcianita tuvo que levantarse a las cuatro de la mañana del domingo en que las calles del parque Boyacá vieron el más crecido bazar de su historia. A su lado el minúsculo bazar de la puerta de la sacristía. En ese momento llegó a la mesa Inesita González y las ventas alcanzaron tal magnitud que las diez niñas, Marcianita y las tres sirvientas no dieron abasto para el trabajo que tuvieron que realizar. A las tres, porque todo estaba agotado en la mesa ilimitada, el bazar cerró. Marcianita le entregó al comité de apoyo mil ciento veintitrés veces lo que le entregaba al padre Phanor cada lunes, pero a la medianoche, cuando acababa de hacer entrega del extraordinario producido, sintió los pasos de la fiebre. A la madrugada Nemesio Rodríguez tuvo que ir a llamar al doctor Tomás. Al día siguiente, Inesita González, toda vestida de blanco y con una pava que habría causado furor en Cartagena, apareció en la habitación de Marcianita. En los otros días, ante la prohibición del médico a que hubiese el más mínimo contacto, Inesita se limitó a hacerle llegar dulces y flores a la gran organizadora de los convites. A eso de las siete de la noche de ese lunes, tétrico para Nemesio Rodríguez, el doctor Tomás dio el diagnóstico. Lo hizo no con la facilidad apabullante que poseía para anunciarle a Tuluá o a cualquiera de los familiares de sus pacientes que el enfermo había dejado de vivir o estaba condenado a morir muy pronto: se le aguaron los ojos ante Nemesio Rodríguez —empalidecido de recordar sus debilidades de capitán de la guerra mientras esperaba el diagnóstico del médico—, y con una voz que todavía está clamando compasión esputó que Marcianita había sido contagiada de sarampión alemán. Nemesio, ingeniero al fin de cuentas, ignorante de la medicina, no entendió la gravedad de la circunstancia que el doctor Tomás le había arrojado lastimosamente. Tuvo éste que mirarlo con la cara con que acaso lo miró el general Uribe al darle el parte de derrota final a manos del general Reyes, para poder entender. "


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