El gran río de dos corazones (fragmento)Ernest Hemingway
El gran río de dos corazones (fragmento)

"Nick volvió adonde había dejado la mochila, entre las cenizas junto a las vías. Se sentía feliz. Apretó las correas del bulto y se lo echó al hombro, metió las manos debajo de las correas y se puso la mochila en la espalda, agachando la cabeza todo lo posible para tratar de aliviar el peso sobre los hombros. Pero la mochila era demasiado pesada. Demasiado pesada. Llevaba en la mano el estuche de cuero en que guardaba la caña de pescar. Siempre caminando inclinado hacia delante para que el peso descansara en la parte superior de la espalda, siguió el camino paralelo a las vías alejándose del pueblo incendiado, y luego dobló por una colina rodeada de otras dos, también chamuscadas por el incendio, y tomó un camino que se internaba en el campo. Caminó por él bajo el peso de la mochila que le causaba dolor. El camino subía continuamente. La ascensión era ardua. Hacía calor y le dolían los músculos, pero Nick se sentía feliz. Todo había quedado atrás, la necesidad de pensar, la necesidad de escribir, otras necesidades. Todo había quedado atrás. Desde el momento en que se había bajado del tren y el encargado le había tirado la mochila por la portezuela abierta del vagón, las cosas habían empezado a cambiar. Seney había sido destruido por el incendio, el campo estaba devastado y distinto, pero no importaba. Todo no podía haberse perdido. Eso lo sabía. Siguió caminando, sudando bajo el sol, siempre hacia arriba para cruzar la cadena de colinas que separaba el ferrocarril de las llanuras con pinos. El camino seguía, con bajadas ocasionales, pero por lo general subiendo. Nick lo siguió. Por fin el camino, después de correr paralelo a la ladera chamuscada, llegó a la cima. Nick descansó apoyándose contra un tronco y bajó la mochila. Adelante, en toda la extensión que alcanzaba su vista, estaban los pinos. El terreno devastado terminaba a la izquierda, junto con las colinas. Hacia delante se elevaban los oscuros pinos. Lejos, a la izquierda, estaba el río. Nick lo siguió con la mirada y pudo ver los reflejos del sol en el agua.
Adelante de él no había nada, excepto la llanura de pinos, y luego las colinas azules, a la distancia, que delimitaban el Lago Superior. Apenas si se divisaban, débiles y lejanas. Si fijaba demasiado la vista, desaparecían. Pero si miraba a medias, las veía.
Nick se volvió a sentar contra el tronco quemado y fumó un cigarrillo. Su mochila se balanceaba en la punta del tronco, con las correas colgando. Había un hoyo en la mochila, hecho por su espalda. Nick permaneció sentado fumando y mirando el paisaje. No necesitaba sacar el mapa. Sabía dónde estaba por la posición del río. Mientras fumaba con las piernas extendidas, se fijó en una langosta que vino caminando hasta su media de lana. Era una langosta negra. Mientras caminaba por el camino habían surgido de la polvareda muchas langostas. Todas eran negras. No eran esas grandes con las alas amarillas y negras o rojas y negras que zumbaban al remontar vuelo. Estas eran langostas comunes, pero todas renegridas. A Nick le habían llamado la atención, sin ponerse en realidad a pensar en ellas. Ahora, mientras observaba la langosta negra que mordía la media de lana con su boca de cuatro puntas, se dio cuenta de que se habían vuelto negras por vivir en esa tierra devastada. Se dio cuenta de que el incendio debió haber ocurrido el año anterior, porque todas las langostas eran negras. Se preguntó cuánto tiempo seguirían negras. "



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