La madre de Frankenstein (fragmento)Almudena Grandes
La madre de Frankenstein (fragmento)

"Lo malo es que tenga la vista tan débil, porque no le veo bien la cara, pero conservo mi cerebro privilegiado, superior, y he activado todas mis potencias. Se lo expliqué muchas veces a los médicos al llegar aquí y no me hicieron caso. Mi corazón, mis caderas, mis pechos, mis nalgas son de mujer, pero el cerebro, el cuello, los brazos, las piernas y la clavícula son completamente viriles. Si no se lo creen, que me hagan la autopsia cuando muera y ya lo verán. No conseguí transmitirle esta facultad a Hilde, ella era mujer de los pies a la cabeza, por eso se perdió. Las mujeres se pierden por el sexo, pero a mí ningún hombre me ha hecho sentir nada de la cintura para abajo. De ahí proviene mi fortaleza. Cada vez que él entra por la puerta, mientras hago que escucho a la mosquita muerta, me pongo en mi postura de pensar. Si mis piernas fueran femeninas, de tobillo redondo, no podría hacerlo, pero me basta con colocar la pierna izquierda sobre la derecha, apoyar el codo en la rodilla, la barbilla en el codo, girar un poco el cuerpo y así, gracias a mis partes masculinas en un cuerpo femenino, puedo seguir perfectamente su pensamiento sin que se dé cuenta de nada. Por eso sé que es uno de ellos y que está ahí, al acecho, esperando una oportunidad para atacarme. Claro que mientras estoy en la postura de pensar no puede nada contra mí, en esta postura soy invencible, porque mi cerebro es más fuerte que el suyo, yo soy más fuerte que él, más fuerte que nadie. Así fue cómo me enteré de que había perdido a mi hija. La tarde que vino aquel muchacho a hablar con ella estaba tan nerviosa, la muy tonta... ¿Y si viene a pedirme relaciones, mamá? Yo le dije que no se preocupara, cerré la puerta del gabinete, y desde allí, en mi postura, seguí todo lo que decían como si estuviera sentada entre los dos. Cuando aquel cabrón se marchó, le dije a Hilde que había hablado estupendamente, porque entonces ella era inocente y yo no sabía, no había descubierto su código. Mientras mi hija le decía que le agradaba mucho su compañía, que podían ser amigos, él debía de estar haciendo señales, moviendo las manos, no sé, algo tuvo que hacer para provocar una interferencia porque yo no me di cuenta, no comprendí... Pero luego se descuidaron. Confiaban tanto en su triunfo que me fueron dejando muchas pistas, hasta que una mañana apareció aquel vecino que pretendía vendernos una docena de huevos. ¡Una docena de huevos! Él, que era profesor, que no iba vendiendo por las casas, que no tenía gallinas, una docena de huevos... Y la criada le dijo que sí, pues claro, porque la tenían comprada a ella también, que se encerraba con mi hija en su cuarto cada tarde para leer noveluchas, novelas románticas de esas que cuestan dos perras y valen todavía menos, una mierda. Intenté impedirlo, pero Hilde se escondía para leer en el mismo momento en que la dejaba sola, así empezó con la tontería del enamoramiento. "


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