El Género Epistolar (fragmento)Carlos Monsiváis
El Género Epistolar (fragmento)

"Frente a la verja que, exceptuando en sus extremos, cierra la gruta, estaban colocados los cochecillos de los enfermos en un cuadro de dos o tres líneas por lado (menos por el de la gruta). ¡Qué cuadro! Allí estaba reunido, más que en el juicio final de Miguel Ángel, todo el sufrimiento. ¡Qué palideces, qué angustias convulsivas o inmóviles como la muerte, qué ojos de agonía y de anhelo al mismo tiempo; qué deseo de vivir en aquellos viejos paralíticos; qué indiferencia atónita en aquellos muchachos hidrópicos, deformes, tuberculosos, qué sé yo! ¡Qué estupenda clínica de hospital allí reunida; qué cantidad de incurados y de incurables! Sobre aquellos infelices la espada del ángel exterminador no había herido de punta, pero sí de plano, lastimando y  llagando para siempre. ¡Pobre, pobre humanidad, Dios mío! De todos los corazones, creyentes más ante el martirio que ante el milagro, surge callada y temblorosa esta deprecación: ¡Sálvalos, Señor sálvalos! Tú fuiste Cristo. Tú fuiste humanidad como ellos; esa misma carne, esos mismos huesos. Tú los santificaste porque los informaste para dar a tu espíritu divino una corporal vestidura. Sálvalos, Señor, redímelos; cúralos, Señora, a esos enfermos, a esos monstruos, a esos enfermos, a esos niños que no han podido delinquir ni en la sombra de un pensamiento, y que sufren tanto y que son tan horrorosos y repugnantes, cuando la infancia siempre es una belleza y un amor; cúralos, Virgen de la Montaña, monstrate esse matrem, como te dicen con voz profunda esos millares de adoradores que te invocan; madre, madre protectora de todos cuantos han creído en ti, madre misericordiosa de cuantos han perdido la fe, madre amparadora de la humanidad entera, porque la humanidad entera sufre; líbralos de su martirio con la unción de tu agua santa, “¡muestra que eres madre!”. Yo veía entrar uno a uno a aquellos misérrimos en los edículos de las piscinas (terriblemente antihigiénicas, pero en las que no ha habido, dicen muchos centenares de médicos, ninguna clase de contagio, ningún caso), yo sabía que a pesar de aquellas fervorosas deprecaciones de los que por ellos pedían, no habría milagro, pero eso no me importaba; lo que me embargaba el espíritu y se apoderaba de mi razón, era aquel milagro perpetuo de fe, que no tiene desengaños ni decepciones, que persiste, que reaviva la esperanza hasta en la agonía, hasta en la muerte, ése era el espectáculo que conmovía y removía mis entrañas. Todos ustedes los vivos estaban conmigo, todos rezaban conmigo, todos lloraban conmigo y allí conmigo sentía no sólo a los vivos, sino a los muertos, oía su voz, oía sus cantos: que nos amaron tanto —mi madre bendita, mi luz, mi gloria— el mismo cuadro que aquellos enfermos presentaban a nuestra vista, y ellos como yo, también pedían misericordia para nosotros a la madre de las misericordias. "


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