He dicho (fragmento)Miguel Delibes
He dicho (fragmento)

"Hace apenas treinta años, el ciclismo por etapas era un deporte de papel, o lo que es lo mismo, un deporte que el aficionado solamente podía seguir a través de los periódicos. Los diarios informaban de los ascensos y descensos de nuestros representantes en la clasificación general, que era en realidad lo que nos interesaba. El paso fugaz del pelotón por la carretera constituía un relámpago versicolor en el que apenas era posible descubrir el perfil del campeón. La velocidad devoraba el espectáculo.
Hoy las cosas han cambiado con el advenimiento de la televisión, ese gran invento tan mal aprovechado que, sin embargo, encuentra en las transmisiones deportivas uno de sus hallazgos más felices. A la televisión, tan justamente vituperada, tenemos que agradecerle, en cambio, el habernos metido en casa las grandes carreras ciclistas y con ello la posibilidad de saborear un deporte que, debido a su dinamismo, nos había estado vedado. Gracias a la pequeña pantalla, el aficionado puede contemplar hoy, día tras día, las pruebas más famosas y ser testigo directo del esfuerzo muscular de los atletas, tanto de los hachazos fulgurantes de un Delgado en la montaña como de las rítmicas galopadas contrarreloj de nuestro ínclito Indurain. Ante un escaparate tan sugestivo, la afición al ciclismo crece como la espuma, aumentan los rodadores en nuestras rutas y los espectadores se arraciman ante los televisores por decenas de millones.
Pero ahí no acaba todo. El ciclismo como deporte sigue subiendo peldaños, ennobleciéndose. Hace unos meses, el joven narrador español Javier García Sánchez lo ha metido en la literatura, ha escrito la novela El Alpe D’Huez, un bellísimo relato sobre el Tour de Francia. El protagonista de la historia, el Jabato, nacido en el valle de Iguña, como su creador, ha cumplido treinta y seis años y vive el ocaso de su vida deportiva. Ese hombre experto pero declinante que por última vez se enfrenta con la durísima etapa Bourg-d’Oisans-Alpe D’Huez, que, además de este último puerto, cuenta con la Croix de Fer y el Galibier, dos ingentes colosos, como aperitivo. El Jabato conoce los tres puertos del recorrido, los ha escalado varias veces y sabe por experiencia que la Croix de Fer te desgasta los pulmones, el Galibier te come la moral y Alpe D’Huez, que da título a la novela, te rompe en pedazos. Él sabe todo eso, pero, pese a ello y a su edad, apenas iniciada la etapa, se escapa del pelotón. Ya tenemos la imagen mítica del hombre solo frente a la montaña. El hombre desasistido, sin apoyos, frente a las ingentes cumbres que el veterano ciclista afronta con la deportiva intención de «armarla» y, de paso, congraciarse consigo mismo. No se busque otra cosa en la novela porque no hay más. Su contenido es ése. Diríase que García Sánchez ha conciliado en ella sus dos amores: el ciclismo y Molledo, su deporte y su patria chica, un pueblecito montañés del valle de Iguña, equidistante de Reinosa y Torrelavega. Pero el Jabato no es el narrador. El que nos cuenta su peripecia es un amigo y compañero de infancia, hoy médico deportivo, que sigue la carrera desde el coche del director técnico del equipo en compañía de dos mecánicos. La novela se desarrolla en un tiempo mínimo, seis horas y nueve minutos (lo que invierte el Jabato en recorrer el kilometraje previsto), mediante una estructura lineal: el recorrido de la etapa con brevísimas alusiones a la infancia del protagonista en su Cantabria natal. Y es en este punto donde García Sánchez muestra su gran aliento como novelista. "



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