El último coto (fragmento)Miguel Delibes
El último coto (fragmento)

"Estuvo la televisión en Sedano a rodar un reportaje cinegético y, para mayor verismo, mis entrevistadores dispersaron sobre un pequeño cantero dos docenas de codornices vivas compradas en una granja de Madrid. Las muestras de la Fita, el tiroteo, las voces, las cobras de la perra, la percha final fueron, pues, auténticas dentro de una operación simulada. Ante este derroche de pólvora, yo recordaba las cacerías de faisanes en las afueras de Nueva York en 1964. El propio cliente fijaba el número de pájaros que deseaba tirar de acuerdo con su precio y la capacidad de su bolsillo. La incertidumbre no radicaba, pues, en la cantidad de caza que iba a encontrar sino en saber si era capaz de derribar las cuatro o cinco piezas cuyo importe había abonado previamente. El simulacro, aquí o allá, es casi perfecto, con dos fallos inevitables: la sorpresa no existe y los pájaros –criados con pienso compuesto– hieden que tiran para atrás. La actitud de la Fita en la «cacería» de ayer, velando por su pituitaria, movía a risa. Iniciaba la postura a quince metros de distancia para irse aproximando paso a paso, un tanto asombrada del fato del pájaro, hasta obligarlas a arrancar. Por lo demás, la codorniz de granja se ovilla como la silvestre, arranca como ella, apeona y vuela igual, revuela si se la acosa, en una palabra, da el pego, hace el paripé como una actriz profesional. Ante la semejanza del sucedáneo, me dio por pensar que tal vez la presión venatoria que gravita sobre nuestros campos podría aliviarse organizando cacerías de este tipo en determinadas granjas, como hacen desde hace décadas los americanos. Muchos escopeteros serían gustosos de poder tirar del gatillo con esta facilidad, desfogarse sin necesidad de cocerse al sol ni de pegarse una pechada de padre y muy señor mío, y, sobre todo, sin tener que perder tiempo, ese tiempo que tantos pierden en otras actividades mucho menos saludables pero que ellos consideran esenciales. Si lográramos separar el grano de la paja y el artificiero del cazador, quizá las licencias de caza que se expenden en el país disminuyeran sensiblemente y sólo quedarían en el campo aquellas personas cuyo goce depende del esfuerzo físico, de la confrontación con una pieza silvestre reacia a ser capturada. El primero, el pirómano, el partidario del pimpampum preferiría ahorrar esfuerzo, tiempo y dinero, mientras el segundo, el cazador vocacional, ganaría espacios abiertos donde practicar su deporte. Y todos contentos. "


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