El portero (fragmento)Reinaldo Arenas
El portero (fragmento)

"Aún aturdido, nuestro portero subió al tercer piso, de donde salían ruidos variadísimos. Y en menos de un segundo se vio, a instancias de un eficaz vendedor, manipulando ollas de presión, teteras eléctricas, humidificadores, tijeras para el césped, lavadoras, un televisor de pantalla gigantesca y hasta un robot doméstico y portátil de complicadísimo mecanismo, que sabía atender el teléfono y fregar los platos; por último, el empleado le puso en las manos una enorme aspiradora tan potente que, al tratar nuestro portero de manipularla, y habiendo apretado el botón de máxima velocidad, lo arrastró por el inmenso salón hasta chocar contra la puerta del elevador, que en ese momento se abría. Juan, soltando la aspiradora, entró en el ascensor y se bajó en el quinto piso.
Aunque fuera nevaba copiosamente, todos los objetos que se exhibían y vendían en el quinto piso eran de verano. Apuestos modelos se paseaban en bikini a una temperatura de más de noventa grados. Ya desprovisto de casi toda la ropa y bajo un potente foco bronceador, nuestro portero, mientras manos profesionales le aplicaban una loción protectora, hubo de oír un panegírico sobre las ventajas de la misma. Ninguna otra reunía aquellas condiciones, reforzadas, además, por una triple vitamina natural, le explicaba una bella bañista en seco, protegida por una gran sombrilla tornasolada... Pero aparecerse un 31 de diciembre con frascos de loción bronceadora como regalo era en verdad algo descabellado, por lo que aún a medio vestir, Juan abandonó aquella planta remontándose hasta la última.
Al abrirse la puerta del elevador, una pelota de football le golpeó la cabeza. Juan pensó que el hecho había sido incidental, pero al momento otro pelotazo retumbó en su estómago, y como viese que una tercera pelota se le avecinaba, la tomó antes de que lo atropellase. Entonces el empleado que lanzaba los proyectiles aplaudió jubiloso y comenzó a elogiar las excelentes dotes deportivas de Juan sin dejar ni un instante de tirarle cada vez una pelota diferente, la cual, según el vendedor, era siempre la de mejor calidad en todo el mercado. Pero Juan, recibiendo y rechazando balones, pensó que no era precisamente una pelota deportiva el regalo más apropiado para gente en su mayoría de cierta edad, por lo que rechazó la oferta. Entonces aquel empleado (¿o fue otro uniformado de igual manera?) le puso en las manos, con extraordinaria habilidad, unos guantes de boxeo y, antes de que nuestro portero pudiese rechazar la oferta, comenzó a recibir golpes bastante fuertes y profesionales, por lo que hubo de lanzar también algunos puñetazos a la vez que oía hablar de las ventajas exclusivas de aquellos guantes. Mientras se defendía y reculaba salió sin darse cuenta a la terraza del edificio, dedicada también a objetos deportivos. Allí una señora gruesa y completamente vestida de verde lo esperaba con un paracaídas. Se trataba de la mismísima Nancy, quien, para predicar con el ejemplo, tomaba bajo su responsabilidad la venta de los objetos más insólitos. Al ver llegar a Juan, la legendaria y acaudalada señora sonrió con extrema amabilidad (el portero reconoció en aquella sonrisa la labor de mister Rozeman). Nancy estaba entusiasmada de verdad: en todo el día, Juan era la primera persona que entraba en aquella sección. Rápidamente le colocó el paracaídas y, conduciéndolo hasta el extremo de la terraza, le dio las instrucciones preliminares para un buen lanzamiento. "



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