Recuerdos de vida (fragmento)Juan Eduardo Zúñiga
Recuerdos de vida (fragmento)

"No necesito aclarar que las miradas encendidas de aquellos tertulianos hacia el esplendor y los secretos del Lejano Oriente no influyeron en mí, pues ya desde niño había sentido curiosidad por otros países. Antes de mi fijación por aquello tan ignorado como Rusia y el libro de Turguéniev, me aventuro a creer que mi atracción por lo que había en el ancho mundo se debía a las historietas en periódicos infantiles, que tenían un sello inequívoco de estar dibujadas en el extranjero; incluso las viñetas sobre las aventuras del gato Félix reproducían ambientes que no eran los que yo conocía. También las novelas de aventuras, cuyos exóticos escenarios me familiarizaron con geografías y ciudades, me descubrieron un mundo lejano de sorpresas.
Lecturas diversas me hacían viajar y distanciarme de lo que era mi núcleo natal. No llegué a vincularme a tópicos determinantes nacionales, no hice míos los toros, el flamenco, la jactancia, los regocijos y los enfados extremosos. No quiere decir esto que desdeñase lo español, pues en España he vivido y de ella me he nutrido con figuras españolas de máximo valor, en una geografía portentosa, por la inagotable variedad. Pero a partir de que mi interés por las lenguas comenzase y me sintiera marginal, he dedicado muchas horas a otras naciones; su historia y cultura despertaban mi adhesión. Leer en la lengua propia y en otras era alejarme de algo que no me satisfacía plenamente y buscar un sustituto en espacios más amplios. En las páginas de los libros perseguía, sin saberlo, unos compañeros, una casa, una ciudad o una forma de vivir; todo lo cual, como se descubría pasados los años, era la conciencia de una patria determinada e identificada.
La ya mencionada seducción de los idiomas, que empezó por el francés y el inglés rudimentariamente estudiados, me parecía puro entretenimiento. Al principio creí que se trataba de retener palabras y gramática, más tarde advertí que la razón de aquel trabajo era comunicarme y entenderme con personas de otros países.
¿Quién habría podido transmitirme el entendimiento de un país a través de su literatura? Solamente Rafael Cansinos Assens. Fue un gran traductor de las lenguas más diversas y de obras clásicas. Conocido igualmente como novelista y crítico literario de renombre, ya desde primeros años del siglo XX, fue una figura singular. Especial consideración sentía yo hacia su trabajo con el idioma de mis favoritos Tolstoi, Turgueniev, Gorki, Andreiev y su esfuerzo con la obra completa de Dostoievski.
Visité a Cansinos Assens en sus últimos años, cuando ya era muy mayor, pero aún mantenía conocimiento de las lenguas que había dominado y el recuerdo del movimiento literario de los primeros años del siglo XX. Permanecía en un digno aislamiento, ya que por sus antecedentes de librepensador fue acosado y perseguido. También es cierto que habían cambiado las costumbres de la vida literaria madrileña, que en gran parte se gestaban en las tertulias de cafés como El Comercial, en la glorieta de Bilbao, que era el preferido de Cansinos.
He sentido la necesidad de estar acompañado en los estudios lingüísticos, aunque no era fácil, fuera del ámbito universitario, así que esa inclinación o pasión fue cumpliéndose en el habitual aislamiento. En un estudio que se basa en la comunicación con iguales, era lógico intercambiar enseñanzas o simples comentarios, pero, para una afición como la mía, no encontré a nadie o no supe buscarlo. Y sólo tuve ante mí el perfil admirable de quien, a lo largo de años, se había dado a estudiar lenguas y era un verdadero políglota. Mirado con desconfianza por no ocultar sus ideas laicas y republicanas, se le había apartado pese a ser un literato de renombre. "



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