La vanidad de la caballería (fragmento)Stefano Malatesta
La vanidad de la caballería (fragmento)

"A principios de la posguerra, los escritores repetían con cierta complacencia que eran una generación perdida o una generación desperdiciada, y los filósofos no cesaban de insistir en el ocaso de Occidente, un tema que ya se había presentado de forma recurrente siguiendo la fórmula de Vico. Y las fuerzas políticas y la prensa habían encontrado chivos expiatorios según su conveniencia ideológica, encaminándose hacia dos sectores que iban en
direcciones opuestas y que, naturalmente, se contradecían: los generales estúpidos e ineptos que habían tratado a sus soldados como pura carne de matadero, y las masas irreflexivas que, con su temperamento emotivo, habían incitado a los gobiernos a tomar decisiones equivocadas y los habían chantajeado. Por supuesto, generales de esas características había para dar y vender. Y el más maltratado, aquel a quien le atribuyeron casi todas las masacres del frente occidental, fue el mariscal Douglas Haig, que estaba al mando de la Fuerza Expedicionaria Británica en el frente occidental, una típica combinación de arrogancia e ineptitud. En Haig se inspiró C.S. Forester para crear el protagonista de su novela The General: un retrato despiadado de un imbécil que, debido a una serie de equívocos y errores de la sociedad, había llegado a la cúspide de la carrera militar, con un poder sobre la vida y la muerte de los jóvenes soldados que ni siquiera los jefes tribales africanos habían tenido jamás.
Uno de los poquísimos hombres que logró superar las críticas del contingente, yendo más allá de los errores humanos e interpretándolos como consecuencias de una visión común de la forma de hacer la guerra, que inevitablemente llevaría al desastre, fue, en la década de los veinte, un joven excéntrico que había
alcanzado el grado de capitán sin ser militar de carrera, si bien en los años siguientes sería el hombre más consultado por los militares y los ministros de todo el Imperio inglés. Se llamaba Basil Henry Liddell Hart y, de niño, había leído casi exclusivamente novelas, a un ritmo —digno de un récord Guinness— de doscientas al año. Quizá por esa razón, cuando empezó a escribir sobre asuntos militares fue una sorpresa para todo el mundo constatar que conseguía decir cosas interesantes e incluso completamente nuevas trabajando sobre un terreno tan labrado como es el de las teorías bélicas. La edición italiana de una obra de juventud suya incluye un prefacio-biografía del general Fabio Mini, uno de los mejores estudiosos de tácticas europeos. Los italianos no son grandes lectores de libros de guerra, y menos aún de aquellos que están relacionados con Italia, lo cual resulta comprensible: no podemos alardear de una gran historia
reciente digna de estudio. Además, desde la posguerra circula cierto prejuicio sobre este tipo de libros, que se consideran una lectura fascista. Espero que este magnífico texto sirva para acabar con los equívocos y para que los italianos dejen de ser tan infantiles. Para comprender la importancia de Liddell Hart y su particular y excéntrico modo de plantear las cosas, se podría hacer referencia al título de un libro suyo que gustó mucho al Duce —era inevitable— y a una máxima también suya. El título es Un hombre más grande que Napoleón: Escipión el Africano, que parece una broma goliardesca del Ministerio de Cultura Popular. Sin embargo, se trata de un texto muy paradójico que consigue, si no demostrar, exponer brillantemente la hipótesis de que Alejandro Magno y Escipión el Africano fueron los precursores de la técnica de vencer al enemigo psicológicamente antes que en el campo de batalla. "



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