El desfile salvaje (fragmento)Hugo Burel
El desfile salvaje (fragmento)

"La resaca me duró todo el día siguiente, por lo que no concurrí al banco ni cumplí con dos audiencias que tenía agendadas en un juzgado. Di parte de enfermo y me quedé rumiando las locas visiones de la noche reciente. A eso del mediodía lo había decidido: era tiempo de redactar mi informe final para Mónica, entregárselo y no pensar más en el asunto. Los estudios alcohólicos de la víspera me habían servido para algo más que perder el sentido: los había aprovechado para entender mejor la historia, al menos, desde mi punto de vista. Había algo que ninguno de nosotros podía perdonarle a Esteban, y era que se hubiese muerto. Eso, que suena tan absurdo, podía explicarlo así: era el primero del grupo en pasar al otro lado y, de esa manera, nos había enfrentado al límite y había clausurado cualquier resto de juventud que nos quedase. Morirse joven —esa noción que en este país cada vez es más laxa y relativa— es siempre un pecado, y su culpa la heredamos los que quedamos vivos: acaso esa fuese la conclusión final del informe. Pero antes de redactarlo, tenía un último trámite que cumplir.
La soleada tarde de octubre invitaba a ir al este, por lo que me subí al esforzado Chevette y viajé hasta Calais. La última vez había ido de noche y había llegado tarde. Ahora no tenía urgencias y el sol podía restituir parte de aquella atmósfera perdida, cuando la casa y su entorno significaron tanto. Tenía las llaves que me había entregado Mónica y la necesidad de mirarlo todo con la perspectiva de la ausencia.
Fuera de temporada, las casas de los balnearios siempre tienen un aire adormecido, y, más que vacías, parecen afincadas en otra dimensión. Su desolación se aprecia en rincones con arena acumulada, hamacas desnudas de almohadones y parrilleros limpios y sin una sola brasa fría tras el último asado. Las envuelve un silencio de espera y una condición de refugio abandonado. Todo eso en Calais me pareció amplificado porque sabía que en el verano próximo nadie vendría y que la ruina, iniciada tantos años antes, ahora estaba consolidada.
Sin contar la noche de tres meses atrás, hacía demasiado tiempo que no visitaba el chalé, y su tamaño y desproporción, viéndolos ahora, no me parecieron tan evidentes. La imponencia de otros tiempos ahora había menguado y era solamente un caserón grande y venido a menos el que me recibía en medio del silencio. Estacioné el auto en el costado, junto a los parterres, y descendí. "



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