El arrecife (fragmento)Edith Wharton
El arrecife (fragmento)

"Darrow la dejó en la puerta de la sala de estar de la señora de Chantelle y salió al exterior, solo, bajo la lluvia.
El viento azotaba las desnudas copas de los árboles de la avenida y lanzaba punzantes gotas sobre su rostro. Anduvo hasta la verja, entró en la carretera principal y avanzó por ella, golpeado por rachas de viento que le hacían perder el equilibrio. Los campos, perfectamente arados, se habían convertido en una borrosa superficie enlodada, y las espesuras rojizas donde Owen y él habían disparado el día anterior se estremecían desoladas bajo el cielo torrencial.
Darrow siguió andando, sin saber qué camino tomaba. Sus pensamientos estaban tan agitados como las copas de los árboles. La revelación de Anna no había sido una sorpresa del todo: la mañana anterior, mientras volvía a la casa acompañado de Owen Leath y de la señorita Viner, había intuido momentáneamente la verdad. Pero no había pasado de ser una mera intuición, una débil y simple conjetura; ahora era un hecho probado que oscurecía todo el firmamento.
En lo que se refiere a su propia actitud, se dio cuenta en seguida de que el descubrimiento no cambiaba demasiado las cosas. Si antes estaba obligado a callar, ahora no lo estaba menos; la única diferencia consistía en el hecho de que lo revelado hacía su vínculo más intolerable. Hasta ahora, el estado indefenso de Sophy Viner le había despertado cierta simpatía por ella, aunque estuviera densamente mezclada con escrúpulos. Pero ahora empezaba a sentir cierta oscura indignación. A pesar de que siempre se había creído por encima de los lugares comunes, era consciente de compartir la sospecha universal que se cierne sobre el desinterés de toda mujer que trata de superar su pasado. Ésa era la razón de que Sophy se hubiera echado a temblar al verlo. Podía hacerle mucho más daño de lo que ella se había imaginado…
En realidad, no quería perjudicarla, pero sí impedir por todos los medios que se casara con Owen Leath. Quería distanciarse de sus sentimientos, aislarlos y exteriorizarlos lo suficiente para poder ver sus motivos; pero éstos no pasaban de ser un ciego impulso de su sangre, un alejamiento instintivo de algo que ningún tipo de razonamiento puede considerar aceptable. El paseo, aunque largo, no le iluminó en absoluto, y tras atravesar dos o tres pueblos amarillentos y enlodados dio la vuelta y emprendió cansinamente el regreso a Givré. Cuando subía por la oscura avenida, orientándose por las luces que parpadeaban a través de las ramas, se dio cuenta de su impotencia. Podía urdir muchos planes distintos, pero en realidad no podía hacer nada…
Dejó el gabán empapado en el vestíbulo y comenzó a subir las escaleras para dirigirse a su habitación. Sin embargo, lo alcanzó en el rellano una doncella de rostro grave que, en voz discretamente baja, le rogó que hiciera el favor de pasarse un instante por el cuarto de estar de la marquesa. Un tanto desconcertado por aquella convocatoria siguió a la mensajera hasta la puerta donde, un par de horas antes, se había despedido de la señora Leath. Cuando se abrió, entró en un gran salón bien iluminado que estaba vacío, hecho que le permitió observar, a pesar de su confusión mental, cómo las estancias de la señora de Chantelle estaban tan pasadas de moda como su dueña. Las cortinas estaban recogidas con lazos, la tapicería era de satén púrpura, las jardinières de Sèvres, la pantalla de la chimenea de palisandro y las mesitas, repletas de innumerables objetos de plata y absurdas miniaturas, estaban cubiertas con paños de terciopelo festoneados. Era la reconstrucción de un escenario casi perfecto de la dorada belleza de los años sesenta. "



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