Cásate conmigo (fragmento)John Updike
Cásate conmigo (fragmento)

"Jerry solía decir cosas así, halagos punzantes como insultos, auténticas trampas para la mente de Ruth, que no podía evitar caer en ellas a fin de averiguar cuál era su verdadera intención. De hecho, él no siempre quería decir lo contrario de lo que sus palabras dejaban traslucir. En esta ocasión, Ruth sospechaba que había dicho la verdad. En su locura, su engreimiento y su autoengaño, todos dependían de su derrotado y triste equilibrio mental para salvarse del desastre. Pues bien, ya estaba cansada.
La siguiente vez que Ruth llamó a Jerry y oyó que el teléfono comunicaba, y a continuación marcó el número de Sally y oyó la misma señal, eran las once menos cuarto de un día laborable y los niños habían salido a jugar en el vecindario. Ruth llamó a la niñera adolescente, pero la chica estaba en la playa. Lo intentó entonces con la señora O, que debía cuidar de los niños de Linda Collins, que había ido de compras a la ciudad. Y la señorita Murdock, a pesar de su fealdad, estaba en el salón de belleza. Entonces comenzó a llover y Ruth se tranquilizó al contemplar las gotas de agua tamizadas por el olmo. Dejémoslo estar, decidió. Dejémoslo estar todo.
Pero la repentina tormenta veraniega hizo que la joven niñera abandonara la playa y devolviera la llamada a Ruth, la cual le pidió que acudiera después del almuerzo. ¿Por qué? El ímpetu de su ira se había esfumado. Si hubiese ido a ver a Sally en el estado en el que se encontraba, se habría mostrado nerviosa y ridícula. Tal vez lo más razonable fuese hablar con Richard. Se mostraría dubitativa, sin traicionar a nadie, pero a cambio recibiría consejo, una pizca de sabiduría. Richard tenía un despacho en Cannonport, encima de la primera licorería de su padre; Ruth había estado allí y allí había hecho el amor en un pegajoso sofá de escay, bajo un grabado enmarcado que mostraba a unos ánades reales en pleno vuelo, mientras la secretaria del agente inmobiliario aporreaba la máquina de escribir en la sala contigua y las máquinas de la lavandería de al lado silbaban y traqueteaban. A Ruth le gustaban los sonidos que no podían alcanzarla; le gustaba la sensación de estar desnuda tras una puerta de cristal esmerilado cerrada con llave por dentro. Cannonport quedaba a veinte minutos en coche, o a quince si se pisaba el acelerador. Se puso una falda de algodón y una blusa de calidad a fin de mostrar un aspecto lo bastante respetable para los esquemas de Cannonport, pero sin parecer demasiado arreglada, no fuera a ser que se le ocurriera visitar a Sally después de todo.
El Falcon parecía reaccionar con soltura a la conducción de Ruth, en el ambiente húmedo y pálidamente soleado que había sucedido al aguacero. Había visto con anterioridad aquel verde intenso de los árboles que bordeaban la carretera en un cuadro de Monet, ¿o era un Pissarro? Y las vetas de color salmón en los troncos de los abedules eran de Cézanne. Al llegar al tramo en que tendría que haber reducido la velocidad para tomar la empinada cuesta de acceso a la casa de Sally, Ruth aceleró. La carretera que conducía a Cannonport lamía los neumáticos del Falcon con avidez. Entonces, una tras otra, una serie de imágenes la indujo a regresar a Greenwood. El polvoriento escritorio de Richard, de color verde militar. Era un hombre perezoso, seguramente no lo encontraría en el despacho. "



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