El pequeño monje budista (fragmento)César Aira
El pequeño monje budista (fragmento)

"Un arco rojo marcaba la entrada del predio donde se hallaba el templo. Una vez transpuesto el arco había que seguir un sendero sinuoso que por momentos subía, por momentos bajaba, bordeado de árboles y arbustos floridos. Por trechos la vegetación parecía silvestre y casual, por momentos ordenada por concienzudos jardineros. Desde los puntos altos se veían allá adelante los techos de las construcciones. A los costados, detrás de bosquecillos y setos, se vislumbraban prados, lagos, macizos de bambúes, añosos árboles solitarios como gigantes al acecho y un viejo muro que también subía y bajaba, más o menos paralelo al sendero, a veces a la izquierda, a veces a la derecha. El piar de los pájaros era fuerte y claro en el silencio, y con tal variedad de cantos distintos como si se hubieran reunido en una competencia internacional aves de todas las latitudes y continentes.
No les había mentido su guía al decirles que no tendrían el estorbo de los turistas, porque no se veían visitantes. Sí había monjes aquí y allá, solos, paseándose a paso lento, o quietos, contemplando una flor o el vacío. No los saludaron ni los miraron, pero algo en su ensimismamiento le hizo pensar a Napoleón Chirac que él y su cámara (y su esposa) podían no ser bien recibidos. ¿Estarían abiertos al público estos templos?
¿No se necesitaría una autorización especial para fotografiarlos? Se reprochó no haber preguntado. Habían tocado tantos puntos en la charla, y éste, fundamental, se lo había olvidado. El pequeño monje budista, que caminaba adelante por el sendero, parecía muy seguro de una buena acogida, pero quizás la daba por sentada sin haber verificado. Después de todo, él era un monje, y era lógico que tuviera entrada franca en todos los templos que se le ocurriera visitar. Pero quizás nunca había ido a uno con extranjeros.
En fin. No era cuestión de hacerse tanto problema. Si no lo dejaban trabajar, no se perdía gran cosa. Lo podían tomar como un paseo agradable, que les dejaba una enseñanza. Pero habrían perdido el día. Sin que se diera cuenta de cómo había pasado, sus pensamientos habían tomado un giro pesimista. La atmósfera del lugar seguía diciéndole que no sería tan fácil.
Miró de soslayo a Jacqueline, que ajena a estas alarmas caminaba encantada admirando la vegetación, aspirando los perfumes, seguramente tomando notas mentales para sus cartones. Trató de imitar su despreocupación y gozar el momento. No podía ser tan difícil, pues le bastaba con recuperar el estado de ánimo optimista que había dominado la jornada. "



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