Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre (fragmento)Rodrigo Rey Rosa
Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre (fragmento)

"La roca que se alzaba sobre ellos hacía pensar en la cabeza de un animal gigante, vista desde ahí abajo, comentó el comparador. Nadie ofreció a cambio ningún comentario. En la parte inferior de la roca había una pequeña cavidad (una boca semiabierta) y ahí los adoradores de Canjá habían quemado incontables veladoras cuyos restos (cera derretida y luego endurecida) hacían pensar en las babas del animal imaginario. Cuatro cavidades más en la cara de piedra sugerían ojos y narices asimétricos, y a derecha y a izquierda de los ojos se veían dos hendiduras que podían ser orejas o fosetas. Don Melchor, que ahora masticaba un pedazo de pan y se servía un poco de Pepsi-Cola, parecía que evitaba dirigir la mirada a la cara de la piedra que el comparador de religiones había decidido que era la cabeza de un reptil. Más adelante, se dijo a sí mismo, le haría algunas preguntas respecto de esa piedra y el fuego y las plumas, ¿de zopilote y de gallina?, esparcidas alrededor.
Miró a lo alto: el vértice de la roca piramidal en cuya cara opuesta estaban la rosa labrada y las palabras pintadas en azul; y luego bajó los ojos a la boca del cantil. Kan era serpiente en varias lenguas mayas. Y ja, o ha, ¿no quería decir agua o linaje en kaqchikel? Sintió con un estremecimiento placentero que estaba a punto de hacer un descubrimiento, por insignificante que fuera —algo que daría algún sentido a su trabajo de investigador.
A sus espaldas se oía el rumor del río, y el Arqui estaba dibujando en el suelo de tierra con cenizas espolvoreadas un estómago estilizado con su larga cola de intestinos. Dijo: ¿No tienen hambre?
Don Melchor seguía acuclillado junto a Julio, que había cerrado los ojos y parecía que dormía. Le tocó un hombro.
No te duermas.
No estoy dormido —dijo Julio entre dientes.
Don Melchor se apartó del grupo y se quedó de pie, de espaldas a ellos, mirando hacia el río. Cortó con el machete unas ramas con hojas pequeñas y alargadas de unos arbustos que crecían al borde del descanso y volvió al lado de Julio. ¿Había escupido sobre las ramas? Se puso a darle golpecitos, ni muy fuertes ni muy suaves, de la cabeza a los pies. Murmuraba entre dientes una especie de ensalmo. Julio tenía cerrados los ojos y no decía nada. Podría estar dormido, pensó el comparador.
Don Melchor cortó con el machete el lazo a media altura de la piedra por donde habían descendido. Tiró una vez del cabo atado a la raíz en lo alto de la piedra. Dijo unas palabras cuyo sentido, en ese momento, escapó al comparador: Para su después.
Enrolló cuidadosamente el mecate y volvió a guardarlo en la mochila.
Después de comer bananitos y tortillas, el Arqui miró a su padre, que se limpiaba las manos con una servilleta de papel, la que hizo una bolita. "



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