Las ciudades del mar (fragmento)Josep Pla
Las ciudades del mar (fragmento)

"El público de Bolonia sentía una verdadera locura por los espectáculos; era, como los públicos más excelentes, convencional y maniático. Las grandes carreras teatrales —recitación o canto— se frustraban o se iniciaban en Bolonia. El público se entregaba como un niño o trituraba implacablemente. ¡Cuántas ilusiones y cuántos fracasos! Y luego, ¡las actrices! Bolonia podía corregir ciertas vocaciones equivocadas con la capacidad amatoria de su aristocracia o de su burguesía. En la Italia de 1870, presentar un amante de Bolonia era una garantía de cultura sensual, y equivalía a tener un crédito de diez mil duros al año. Cosa fina.
Esto ha terminado. Los últimos epigramas son de 1915. Cincuenta años de paz, de liberalismo y de lugares comunes democráticos y progresistas, llegaron a dar a Italia una indudable naturalidad. En un pueblo que tiene cierta tendencia a la retórica y a la ampulosidad, todo lo que tiene de agnóstico y de escéptico el liberalismo funciona como un límite, como un muro de contención; equivale a abrochar a la gente. El fascismo lo ha confundido todo, en cambio, y la gente se hace un lío espantoso con lo latino, lo germánico, la disciplina, la racionalización y la eficacia. El italiano de hoy no sabe qué decir, porque teme hacer el ridículo. Antes, con un redingote, una barba y lo que decían, en frases muy bien torneadas, los artículos de fondo, bastaba para estar en el comentario público y para ir viviendo.
Hay en Bolonia tres o cuatro grandes librerías, cuya organización tiene el encanto del desorden más espantoso. Son librerías hechas un lío, con la mercancía mezclada y colocada de cualquier manera. Allí se forma una tertulia que se renueva varias veces al día. El cliente hace lo que quiere: baja a los sótanos, se encarama por las estanterías, pasa la escalera de mano, escoge, hojea, coteja, lee, si quiere, sentado en una silla, un largo capítulo. Es en estas librerías donde se encuentra el libro que hace años que uno busca por todas partes y que no está nunca en las librerías con fichero y bibliotecarias con título. Es aquí donde uno puede hacer lo que justifica la existencia de las librerías: pasar el rato, buscar no se sabe exactamente qué libro, sospechar que uno sabe muchas cosas y luego salir a la calle con un aire un poco triste, debido a la segregación de ácidos que producen siempre las librerías.
Sale uno a la calle... En Bolonia, las calles suelen ser anchas y espaciosas. A ambos lados hay unos pórticos. La ciudad, exceptuada la parte medieval, tiene mucho ladrillo. El material presenta buenos golpes de fuego de horno primitivo; hay ocres y rojizos exquisitos. Por las noches, estas calles, empedradas con grandes losas rectangulares, tienen una gracia desahogada, sin reconditeces clandestinas: Las casas son anchas, con grandes aberturas, sin humedades góticas nauseabundas. En las horas desiertas de la noche, pasear por estas calles es una delicia. La perspectiva de los porches, con las manchas de luz provinciana, se transforma en una imprecisa arquitectura que se disuelve en música. Se encuentra algún paseante raro, y ya lo tiene uno perdido de vista cuando aún resuenan sus pasos y se oye el golpear del bastón que se aleja. Detrás de la ventana iluminada de un piso, se ve una señora joven, vestida de negro, escotada, que baja la vista. Adivina uno un salón espacioso, decorado con pinturas azucaradas e idealistas, con una lámpara de cristal que da una luminosidad mate, con sillas y canapés de carrillos hinchados, y unas flores de estilo respetable, uno de esos salones que parecen haber sido hechos para escuchar una arietta menuda, vivaracha, con un punto de cursilería. "



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