Cómo vivir con 24 horas al día (fragmento)Arnold Bennett
Cómo vivir con 24 horas al día (fragmento)

"EL ejercicio de concentración de la mente —al que convendría dedicar no menos de media hora diaria— es un mero preliminar, como las escalas en el aprendizaje del piano. Doblegada esa rebeldísima pieza de su complejo organismo, el siguiente paso lógico es uncirla al yugo. De nada sirve poseer una mente obediente si no nos lucramos al máximo de esa obediencia. Lo aconsejable aquí es un dilatado programa de estudio.
Ahora bien, si hay algo que no admite discusión es el contenido de dicho programa. Nunca la ha habido, tampoco: los sabios de todas las épocas coinciden en este punto. Y no es la literatura ni cualquiera de las demás artes, ni la historia, ni ciencia alguna: es el estudio del yo. Conózcase a sí mismo. Palabras tan trilladas, estas, que le juro que me ruborizo de solo escribirlas. Más es justo y necesario que alguien lo haga. (Retiro mi rubor, pues, avergonzado de él).
Conózcase a sí mismo. Lo escribo y lo suscribo. Es esta una de esas máximas que a todos les suenan, de las que todos reconocen su valor, pero que solo los más sagaces se atreven a poner en práctica. Ignoro el porqué. De hecho, estoy totalmente convencido de que si algo falta en la vida del típico hombre moderno —con más buenas intenciones que otra cosa— es la actitud meditativa.
No meditamos. No sobre cuestiones realmente importantes, quiero decir: sobre el problema de nuestra felicidad; sobre el rumbo que llevamos; sobre lo que nuestra vida está dando de sí; sobre el influjo que la razón ejerce (o no) en la configuración de nuestros actos; o sobre la relación entre nuestros principios y nuestra conducta. Pese a lo cual, también usted anda en pos de la felicidad, ¿no es cierto? Y bien, ¿la ha encontrado ya?
Lo más probable es que no. Lo más probable es que ya haya llegado a la conclusión de que se trata de algo inalcanzable. Pero hombres ha habido antes de usted que la han conquistado, y lo han hecho al comprender que la felicidad no proviene del goce de los placeres de la carne o el intelecto, sino del perfeccionamiento de la razón y la armonía entre principios y actos.
Supongo que no tendrá la osadía de negarme esto. Aunque, por otra parte, tampoco le da reparo admitir que en todo el día no destina ni un solo pensamiento serio a su razón, ni a sus principios, ni a su conducta. Lo cual equivale a admitir que, pese a sus desvelos por lograr algo, no le preocupa desatender sistemáticamente aquello que se hace indispensable para su consecución. "



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