La España de Galdós (fragmento)María Zambrano
La España de Galdós (fragmento)

"¿Existirá una relación entre el hallarse bajo la fascinación de la quimera y el incesante justificarse? Ciertamente, la quimera no exige justificación, sino entrega o seguimiento a lo menos: que la persona se le dé en pasto, pues que la quimera, «ente» sin sustancia ni vida propia, los toma de la persona ante la cual se alza, cortándole el paso. Y la persona ha de irle entregando instante a instante su hacienda, aquello de que dispone para ir dibujando esa su figura en el tiempo. La quimera corta el tiempo, se interpone en su pasar, deja en suspenso a la persona que por ella se convierte en personaje. Y la persona sufre la ilusión de que el tiempo no pasa para ella, como todo fascinado o hechizado, hasta que un día despierta y ve que ha pasado su tiempo todo, y sólo le queda remitirse a aquel su último fondo, si es que no fue sobornado, y si acaso lo fue, a eso último y primero donde la persona deja su máscara, lo que parecía no ser máscara siquiera y que en ese instante se revela serlo.
No, ante la quimera no hay que justificarse; no es ella quien suscita la interminable serie de razones o la única razón repetida interminablemente de la justificación. Es ante la verdad, la verdad de la vida o la verdad viviente, ante quien eso sucede. Y la persona se ve así forzada a ese trabajo de ir y venir de la quimera a la verdad con sus razones, esperando, en el mejor de los casos, que la verdad acepte a la quimera, le dé cabida. Tal parece ser que le sucedía a Don Quijote. Don Quijote comparece ante la verdad con las mejores razones justificantes de su quimera: le era fácil, pues que su quimera era, sí, quimera, pero de la verdad, la quimérica verdad en este mundo. Y así resultaba tan verdadera en su invención, tan sustentada en la verdad de su persona que, cuando se retiró al fin, lo dejó como a recién nacido, o más bien, como dispuesto a nacer, pues su quimera, por ser de la verdad, le había desgastado, consumido, desvivido, sin contar con que le había impedido llevar otra máscara: la de la gravedad que esconde tantas ligerezas. Así se había hecho ligero, sin resistencia a la verdad, sin extrañarse de su muerte. Pero hubo de justificarse, mientras duró la quimera, Don Quijote. Se remitía con la inocencia del héroe al esfuerzo de su brazo. Y Nina, que tanto se esforzaba, nunca se sintió justificada por el esfuerzo, ni por el trabajo, ni por cosa alguna de este mundo. Alude a veces a la honestidad: «robar, no», «hacer nada malo, no». Y parece más bien una salvedad que una justificación, como si dijese «hasta ahí no llego», «hasta ahí no puedo llegar», simplemente. Más sin atribuirse por ello dignidad alguna. Sin que ello la justificase de todo lo otro en lo que se veía enredada: de las mentiras, cuentos y patrañas.
Mentiras, cuentos, patrañas que caían sobre ella como polvo del derrumbe de alguna frágil quimera, enredos en los que se veía envuelta como en los desechos de un naufragio, arrojados a sus pies, casi como un homenaje, por el mar de la vida.
Pensaba Nina a su manera. Pensaba no para descubrir la verdad que venía a ella por otros caminos o más bien sin camino. Pues recibía la verdad sin darse cuenta. Pensar, en cambio, era en ella echar cuentas, contar, prisionera como estaba en los infiernos de la cantidad. "



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