En un lugar solitario (fragmento)Dorothy B. Hughes
En un lugar solitario (fragmento)

"Era de día y el sol brillaba en tonos azulados al otro lado de la ventana abierta. Y ese sol adoptaba un matiz dorado donde el cabello de ella se había posado, resplandeciente, sobre la blanca almohada, en la que su cabeza volvería a descansar. La habitación estaba inundada por el sol y Dix descansaba feliz entre tanto resplandor. Era estupendo despertarse con el sol, con el calor, recordando la calidez y la belleza de Laurel. Era estupendo saber que ella volvería después de sus recaditos y sus citas de trabajo y lecciones varias, que volvería ávida hacia su avidez. A él sólo le quedaba dejar pasar las horas del día, que se escurrirían tranquilamente entre sus manos, igual que la arena. Pasaría el sol y pasaría el día; llegaría la noche. Y la noche brillaría de manera tan radiante que superaría al sol.
Pasó el día y llegó la noche y otro día y otra noche y una más. Hasta que perdió la cuenta de las horas y de los días. O de las noches. Sólo pensaban el uno en el otro, formando un círculo que giraba sin dificultad, sin esfuerzo, sin fin. Dix experimentaba la belleza y la intensidad de un sueño, y andaba metido en una especie de refugio al que llamaba felicidad. No pensaba: esto tiene que acabar en un momento u otro. Un círculo que no tenía ni principio ni fin: simplemente, existía. No dejaba que las ideas turbaran las horas que pasaba esperándola, inmerso en el recuerdo de su presencia. Apenas salió del apartamento durante esos días. En el mundo exterior existía el tiempo; y con el tiempo llegaba la impaciencia. Mejor quedarse dentro del sueño. Ni siquiera el trajín de la asistenta era capaz de perturbar su sueño.
No se decía: esto no durará eternamente. No afrontaba el despertar. Hubo una mañana en que las nubes cubrieron el sol, pero no se lo tomó como un mal augurio. Ni siquiera reconocía el frío que entraba en el cuarto por la tarde mientras cerraba las ventanas. No reconocía la grisalla que oscurecía las estrellas de noche.
Lo sabía, pero no quería reconocerlo. Podría haber pasado una semana, o sólo un par de días, o simplemente el tiempo no existía. Pero Laurel estaba empezando a impacientarse. No aguantaría mucho tiempo atrapada entre los confines de ese sueño. Tal vez era el modo en que movía los hombros mientras sonaba en la radio una orquesta de baile. Tal vez era la mueca de disgusto mientras se sentaban a cenar de nuevo en el salón. Tal vez era su actitud evasiva ante las preguntas de Dix sobre lo que había hecho en un día concreto. O la manera en que permanecía en el umbral, mirando hacia la noche. "



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