Uno se quedó atrás (fragmento)Marjorie Bowen
Uno se quedó atrás (fragmento)

"El odio, junto a otra emoción oscura que era casi desesperación, inspiraron al estudiante un plan diabólico. Dejó de ir a sus clases y conferencias para dedicar todo su tiempo a poner en práctica con precisión las instrucciones del grimorio publicado en Memphis en 1517.
Lo planificó todo con cuidado y dispuso que su gran experimento se realizase la víspera del matrimonio de la condesa Louise y el príncipe de C…
Primero, se proveyó de una varita mágica en los bosques, donde cortó dos ramas, una de avellano y otra de saúco, de ejemplares que nunca hubiesen dado fruto. En el extremo de las ramas colocó punteras de acero magnetizadas con piedra imán. Luego, sacó de su maletín un poco de tinta hecha con hojas de helecho recogidas el día de San Juan y con ramas de vid cortadas en el mes de marzo durante la luna llena, y que habían sido reducidas a polvo y mezcladas con agua de río en una olla de cerámica vidriada. La mezcla había hervido en un fuego hecho con papel virgen.
Rudolph también poseía un frasco de sangre de pichón y la pluma de un ganso macho y un heliotropo que tenía el poder de proteger de los espíritus malignos a quien lo portase. Esto siempre le había parecido a Rudolph una precaución imprescindible.
En el tercer día de la luna nueva, Rudolph compró en el mercado un gallo negro y un gallo blanco que mantuvo en su buhardilla hasta la caída de la noche. Entonces metió a las aves dentro de una jaula de mimbre y, con su parafernalia en el bolso de viaje, se puso en camino hacia las afueras de la ciudad, más allá de los bosques, hasta llegar a un espacio abierto rodeado por las ruinas de una abadía que tenía la fama de estar infestada por los espíritus de monjes que habían traicionado sus votos.
Aquí la hierba era rala, herida por piedras y rocas. Un viejo espino, sagrado a las divinidades paganas, se erigía desolado y retorcido junto a una laguna pequeña. Las ventanas góticas de la abadía mostraban sus marcos negros en el cielo luminoso. Los murciélagos volaban dentro y fuera a través de la hiedra fresca y oscura. Algunos hongos nocivos crecían alrededor de la laguna, que estaba cubierta por hierbas flotantes de un rojo apagado que impedían que la luz se reflejase en su superficie.
Rudolph había visitado este lugar con anterioridad. Era exactamente lo que los grimorios apuntaban como el lugar requerido para los ritos infernales: «un lugar desolado libre de interrupciones».
Musitando para sí mientras el sudor se le acumulaba en la frente alta y pálida, el estudiante dibujó el gran círculo cabalístico. De su bolso extrajo las varitas, la piel de cabra, dos guirnaldas de verbena, dos velas de cera virgen fabricadas por una doncella (Jeanette, en este caso, a quien sus escasos encantos le aseguraban la castidad), una espada de acero azul, dos candelabros de plata maciza, dos pedernales, yesca, una botella de aguardiente, un poco de alcanfor, incienso y cuatro clavos del ataúd de un niño (por este último ingrediente Rudolph había pagado a Pierre, el constructor de ataúdes, una suma muy alta, puesto que había tenido que ir a las criptas de Saint Jean para obtenerlos).
Con todo esto, Rudolph realizó un gran círculo con la piel de cabra. Esparció luego el incienso y el alcanfor alrededor y, en el centro, encendió un fuego con leña que alimentó con el aguardiente. A continuación, con el brazo derecho remangado hasta el hombro, sacrificó los dos gallos y los echó al fuego mientras murmuraba invocaciones.
Los murciélagos y los búhos volaron fuera de las ruinas, la luna se veló en el cielo, tembló la tierra, la espuma roja de los hierbajos sobre la laguna se agitó. Rudolph apretó el heliotropo sobre su mejilla y musitó un encantamiento todavía más poderoso.
El agua se agitó con furia, y un hermoso niño rosáceo emergió sobre la superficie del lago. Con voz agradable preguntó al estudiante cuál era su deseo. "



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