El enigma de la habitación 622 (fragmento)Joël Dicker
El enigma de la habitación 622 (fragmento)

"Las seis de la mañana en el Palace de Verbier. Cristina salió de su habitación y se escurrió por el pasillo; la gruesa moqueta ahogaba el ruido de sus pasos. La sexta planta tenía la particularidad de que solo albergaba suites, que siempre se les adjudicaban a las «personalidades» del banco.
Pero Cristina se las había arreglado con Jean-Bénédict Hansen para estar en la que los demás empleados del banco llamaban «la planta de los elegidos».
O, más bien, no le había dejado elección.
Para llegar al ascensor, tuvo que recorrer todo el pasillo y pasar por delante de las puertas de las suites. Todas estaban del mismo lado del pasillo. La pared de enfrente era la de la fachada del hotel, que alternaba amplias ventanas y gruesas colgaduras de terciopelo. Primero estaban las suites de los directores de los distintos departamentos; luego, por este orden, las de Horace Hansen, Jean-Bénédict Hansen, Sinior Tarnogol, Lev Levovitch y Macaire Ebezner.
Cristina llegó a la planta baja. Todo estaba silencioso y desierto. El hotel parecía dormir aún. La mayoría de los empleados del banco aprovechaban la comodidad de la habitación —y el haber dejado a la familia en casa— para remolonear en la cama y descansar un poco.
Pero la quietud que parecía reinar en el establecimiento era pura fachada: en las cocinas y las zonas de servicio, el personal del Palace estaba ya en pie de guerra. Quedaban unas cuantas horas para que todo estuviera listo. A partir de las seis de la tarde, el salón de baile estaría esperando a los empleados del banco para que tomaran unos cócteles. Luego, a las siete, se invitaría a los asistentes a acercarse al estrado. El Consejo del banco aparecería entonces y abriría oficialmente la fiesta anunciando el nombre del nuevo presidente. Tras lo cual, se indicaría a los comensales que se sentasen a la mesa. Se les serviría la cena y el baile empezaría a las diez.
A esa hora temprana, en el bar del Palace, cerrado aún para los clientes, el señor Bisnard, el coordinador de banquetes, paseaba arriba y abajo.
Estaba especialmente nervioso. De repente, unos golpes en la puerta acristalada del bar lo sobresaltaron: era Cristina. Se apresuró a abrirle. "



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