Así en la Habana como en el cielo (fragmento)Juan Jesús Armas Marcelo
Así en la Habana como en el cielo (fragmento)

"Había amanecido, como siempre en aquella época del año, sobre las 7 a.m. Una hora más tarde, sin que tuvieran perspectiva de la distancia a la que se encontraba de ellos, avistaron un petrolero del que no pudieron captar su nacionalidad porque ni sabían mucho de banderas ni los colores de las que se movían al viento eran lo suficientemente nítidos para que los fugitivos los reconocieran. Además, estaba la distancia, que en el mar se acrecienta o adelgaza, y distorsiona el paisaje circular que se abre a la mirada, para terminar por engañar la vista del más lince. Las mujeres comenzaron a gritar, a gesticular, a moverse más de la cuenta encima de la embarcación. Era un subterfugio anímico de la desesperación angustiosa que las dominaba por dentro, sobre todo a Delia Camín, que formaba coro de gritos con Lisardo y Florito, sus dos hijos, levantando los brazos, con el consiguiente peligro para el equilibrio del resto de los balseros y el del propio lanchón. Sin embargo, para Cleva Suárez, la mujer de Efraín, la aparición de aquella mole petrolera en la lejitud del horizonte, un barco de verdad navegando libremente en alta mar, era un símbolo de la salvación cercana, una prueba de que los orishas habían escuchado sus plegarias y se cumplían sus profecías, porque la tierra prometida no podía estar ya muy lejos de aquella sólida imagen que caminaba en el mar como un majestuoso sonámbulo al que nada ni nadie puede interrumpir su marcha.
Se trataba de hacer señales por todos los medios para que la gente del petrolero alcanzara a ver al Progreso. Pero el barco avistado se mostró huidizo y esquivo, como si evitara conscientemente la balsa de los fugitivos, y lentamente fue aumentando la distancia del lanchón sin que llegaran a reparar en ellos, hasta que desapareció en lontananza dejando un mal gusto en la boca del estómago de todos los tripulantes, sobre todo en las mujeres, que ahora miraban a los hombres con una sospecha de desesperanza. Siguieron navegando. Ninguno de los balseros imaginó hasta ese momento la magnitud inmensa del mar. Tampoco ninguno se había hecho a la idea de que las aguas del Estrecho pudieran siquiera un instante ser portadoras de aquella calma casi chicha que no podía durar ya mucho tiempo. Nadie sin embargo se había sentido indispuesto durante la travesía ni anímica ni físicamente, lo que venía a representar una suerte de milagro que tendrían que agradecerle a alguno de esos orishas a los que Petra Porter había encomendado el éxito del viaje. "



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