Atrapamoscas (fragmento)Robert Musil
Atrapamoscas (fragmento)

"Muchas personas se ven atraídas por los destinos célebres en sus vacaciones. Toman cerveza en el jardín de sus hoteles, y si por casualidad conocen personas agradables, ya están esperando recordarlas. El último día de sus vacaciones van a la librería más cercana, compran postales de paisajes y luego le compran más al mozo del hotel. Estas postales son prácticamente idénticas en todo el mundo. Los árboles y céspedes son de un verde venenoso, los cielos azules como un pavo real, los acantilados grises y rojos. Las casas parecen apoyadas apaciblemente, como si de un momento al otro fueran a desprenderse de la superficie; y el color es tan intenso que atraviesa el papel. Si el mundo realmente luciera así, en verdad no habría nada mejor que hacer que pegarle una estampilla y echarlo por el buzón más cercano. En estas postales de paisajes las personas escriben: «Este lugar es indescriptiblemente bello», o «la estamos pasando de maravillas», o «qué pena que no están aquí para ver toda esta belleza». En ocasiones también escriben: «No tienen idea lo bello que es este lugar», o «¡qué bien la estamos pasando!».
¡No hay que malinterpretar a estas personas! Es cierto que están muy felices de estar de vacaciones viendo tantas cosas bellas que otros no pueden ver; pero en verdad los entristece y avergüenza tener que ver efectivamente estas cosas. Si una torre es más alta que otras torres, un precipicio más profundo que el común de los precipicios, o una pintura reconocida especialmente grande o pequeña, está bien, pues la diferencia puede ser verificada y puede conversarse acerca de ello. Es por este motivo que buscan un afamado palacio que sea especialmente amplio o especialmente antiguo, y entre los paisajes, prefieren los silvestres. Si tan sólo se les pudiera mentir con los horarios de los trenes, los precios de los hoteles, los uniformes (¡pero justamente nunca se los podría engañar con eso!), y llevarlos sin que se den cuenta a un acantilado en Saxon, sin duda se los convencería de sentir una auténtica emoción cervina. Si, por el contrario, algo no es alto, profundo, grande, pequeño o de colores estridentes; en pocas palabras, si algo no es un fenómeno digno del que hablar, sino simplemente bello, se quedan mudos, como si hubieran dado un gran bocado que no sube ni baja, demasiado blando como para asfixiar y lo suficientemente consistente como para dejar pasar una palabra. Entonces emergen los ¡ohs! y ¡ahs!, dolorosas sílabas de sofocamiento. No llegan a empujar el bocado con los dedos, y todavía no encuentran mejor forma de extraer las palabras necesarias. No está bien burlarse de esto. Tales exclamaciones expresan un sentimiento de opresión muy doloroso.
Los críticos de arte experimentados, naturalmente, tienen sus propias técnicas sobre las que se pueda decir algo, pero eso sería ir demasiado lejos. Y además, aun el común de los hombres incorruptos, a pesar de los desagradables efectos del sofocamiento, sienten una genuina satisfacción al enfrentarse cara a cara con algo que, según los expertos, es hermoso. Esta satisfacción posee sus propios y curiosos matices. Posee, por ejemplo, un poco de ese mismo orgullo que sientes cuando puedes decir que pasaste por el banco a la misma hora en que el famoso ladrón de bancos X escapó. Otros simplemente se ven cautivados por poner un pie en la ciudad en la que Goethe pasó ocho días, o de conocer a la prima política de la señora que nadó por primera vez en el canal inglés. Hay incluso personas que encuentran fantástico simplemente vivir en ese mismo momento histórico. El asunto siempre pareciera girar en torno al haber estado allí; aunque en general requiere ciertos elementos de complicación, que tenga un aire de exclusividad. Pues aunque las personas mientan fingiendo estar absolutamente concentradas en sus ocupaciones, sienten una especie de infantil deleite por el supuesto prestigio que otorgan esas experiencias personales. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com